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Lake Elysium

Ayer os prometí que os iba a contar de dónde había salido lo de la bicicleta. Bueno, para los (las :P) escéptic@s, debo decir en primer lugar que hace mucho tiempo que me ronda la idea de andar en bici, no sólo por aquello de reducir kilitos, sino porque en Sevilla es un medio de transporte ideal (de verdad, uno no se da cuenta de lo llana que es Sevilla hasta que no sale…). Lo que pasa es que de la teoría a la práctica dista un largo trecho; en particular, distaban en mi caso siete tramos de escalera sin ascensor ni nada parecido. Y tener que andar subiendo y bajando la bici a ese pedazo de tercero… pues como que no. Por supuesto, dejarla en la calle también hubiera sido una opción, pero no estoy yo todavía como para ir en una bici sin sillín ni rueda delantera 😛


Mi bici.

De cara a mi viaje a los States, me habían advertido de que uno sin coche no iba a ningún lado, y doy fe de que es escrupulosamente cierto. Si vives en un suburb, como es mi caso (nótese que suburb significa en inglés urbanización a las afueras, no las Tres Mil Viviendas), estar sin medio de locomoción coarta notablemente tus posibilidades. El metro más próximo me queda como de Sevilla a La Rinconá, y los buses que hay tampoco me llevan demasiado lejos (tengo dos líneas al lado que me llevan al metro, pero sólo pasan de lunes a viernes; y hay otra que sí pasa los fines de semana, pero es un ratito andando). Y las carreteras y urbanizaciones no están hechas para andar por ellas; no porque les falten aceras (que las tienen, y muy generosas), sino porque no tienen ni un mísero toldo o soportal que cobije de la lluvia o del horrible calor marylandés.


Atardecer en Quince Orchard Road, no muy lejos de mi casa.

Aunque la idea la llevaba ya incubando desde España, el factor que me acabó de decidir (del que ya os hablaré largo y tendido en otro post) es la escala de este país. Según me dijo mi leader Antonio, en Estados Unidos sobra suelo, y vaya si se nota: todo es ancho, amplio, muy expansivo… y está lejísimos. Así, para llegar al trabajo, que es un camino de algo así como 7-8 minutos en coche, yo echaba media hora andando por detrás de múltiples urbanizaciones, en medio de la vida salvaje, y por el lateral de una carretera grande en la que no había acera, sino césped de ese que te deja los zapatos calados a la menor oportunidad que tiene. Los malls se organizan en torno a un gran aparcamiento central, de modo que tienes que caminar un rato entre tienda y tienda (verídico: he visto a gente coger el coche para ir de una punta del mismo mall a la otra). Para colmo, cruzar las avenidas grandes es una odisea; estar dos o tres minutos parado en el semáforo (por supuesto, y tal y como se ha indicado, sin la menor protección contra el sol) es lo mínimo que se despacha. En resumen: Estados Unidos, al menos en este tipo de entorno, está hecho por y para los conductores.


De (ex-)camino al trabajo.

Todo esto, unido al hecho de que el carnet es una de mis asignaturas eternamente pendientes (me he traído el libro, que conste ;)), me dejó clara la necesidad de alquilar una bicicleta o buscarme una barata de segunda mano. Cuando volví del congreso, tuve la intención de ir a una tienda de bicicletas que había localizado; pero Mercy, mi casera, me dijo que mi mejor posibilidad era ir a una yard sale. Por si no os suena de las pelis, una yard sale consiste en que la gente, que previamente ha puesto cartelitos y anuncios en los periódicos, saca un buen día sus tiestos a la parte delantera de su casa y los vende en plan baratillo. Mercy me contaba que esto es una parte básica de la cultura americana; que lo tradicional es que los yardsaleros coman una buena pizza ese día, que los críos vendan limonada a 25 centavos y que regatear los precios es parte básica de la diversión. A mí todo eso me parecía demasiado folclórico, pero, como era previsible, resultó ser totalmente cierto.


Trasera de una típica urbanización de suburb. Fijaros en que no hay dos casas exactamente iguales: lo prohibe la legislación.

Total, que el sábado Mercy, muy amablemente, me llevó a la caza y captura de unas cuantas yard sales, y en la segunda o tercera de ellas encontré una bici que parecía más o menos decente. Yo estaba dispuesto a dar unos 100 o 120 $ por ella (tampoco mucho más porque me he resignado a dejarla aquí cuando me vuelva); el dueño empezó pidiendo 175; al final la sacamos por 80. Tiene unos cuantos años y el cambio va regular (está algo desajustado y no cambia a todas las posiciones posibles; tendré que echarle un ojo este fin de semana), pero en general estoy bastante contento con ella 🙂 Tras encajarla de forma inverosímil en el coche y dar una vuelta por el resto de yard sales del entorno, nos fuimos a comer (a un sitio del que ya os hablaré otro día) para celebrar el gran éxito de la empresa.


Mi casa en USA: 338 Tannery Drive, con la bici delante.

El sábado me hice un buen puñado de kilómetros con la bici, por aquello de inaugurarla. Digamos que me dejé llevar demasiado por el entusiasmo… entre la distancia recorrida, la multitud de cuestas que hay, el cambio medio raro (ya le he cogido el truco, pero ha costado :P) y que podía hacer perfectamente una década (sin exagerar) que no andaba en bicicleta de forma mínimamente seria, acabé hecho polvo, con un dolor en las manos y allí donde la espalda pierde su casto nombre bastante importante. Ayer Domingo la dejé descansar y me acerqué al mall de Kentlands, cerca de casa, a comprarme lo más importante: un candado para poder llevar la bici por ahí 😛 Junto a ello, me he comprado también unos guantes de ciclista (¡por fin, papá!) y un poncho (poncho, poncho… xDD) para la lluvia. Medité también comprarme un sillín, pero es que ya iba a ser gastarse más en el collar que en el perro. Y el candado me lo puedo traer dignamente, pero si el que me registre la maleta a la vuelta ve que llevo un sillín suelto, no sé qué va a pensar de mi estado mental…


Great Seneca Highway, parte de mi nuevo camino al trabajo.

En fin, hoy he ido con mi mochila, mis tiestos y un casco que me ha dejado Mercy (un tanto ortopédico, aunque como bien observaba un amigo mío de NIST, todos los cascos de bici son horribles) al trabajo en bici como un ecologista cualquiera. Todos los principios son duros, y este no iba a ser menos: después de llegar hasta la puerta del campus de NIST, me doy cuenta de que, al meter las cosas del bolso en la mochila, me había dejado la ID en casa. Total, a desandar y reandar el camino. Entre la distancia (unos 10 km en total subiendo y bajando) y que a las 9 de la mañana, cuando finalmente llegué a mi destino, ya hacía un calor asfixiante (a las ocho, cuando salí, era mucho menor), estaba para recogerme con cucharilla xD


Atardecer en Quince Orchard Road (II).

Afortunadamente sobreviví y parece que le voy cogiendo el truco a esto de ser émulo de Induráin; para el dolor de las manos, los guantes son un remedio milagroso, y lo del sillín será cuestión de costumbre (hoy estoy mejor que el domingo, aunque más o menos me he hecho la misma distancia). El camino al trabajo es bastante rápido; la ganancia con respecto a ir andando es muy considerable y además casi todo el camino de vuelta es cuesta abajo (aunque yo preferiría que lo fuera la ida, la verdad :P) Pero en el fondo lo del trabajo ha sido una excusa (muy importante, eso sí :P). Además de para ir a comprar y al curro, la bici me amplía considerablemente los horizontes; ahora tengo a mi alcance unos cuantos malls que me quedaban demasiado lejos andando, así como un enorme parque metropolitano (ya os haré un reportaje del mismo), y me estoy planteando seriamente ir hasta el metro en bici los fines de semana (lo que pasa es que son como 7 km largos desde aquí, y no sé cómo estará el camino hasta allí… ya lo investigaré un día de estos). Espero que esto sea un pequeño punto de inflexión y me acostumbre a usar la bici, porque Sevilla es un sitio idóneo para ello (y más con los casi 80 km de carril bici que se supone que estarán listos de aquí a un año…). Pero de momento, en el aquí y en el ahora de Gaithersburg, Maryland, estoy muy feliz con mi compra y espero amortizarla de sobra. Os seguiré contando…

East Main St

Bueno, tengo muchas cosas que contaros (lo de la bici será objeto de un post aparte :P), pero como hay que empezar por algún lado, y en honor a lo prometido ayer, os hago un mini-reportaje de mi viaje a Rochester.


El aeropuerto de Philadelphia.

Lo cierto es que el pre-viaje no había empezado precisamente bien. Una semana antes de irme, reservé el vuelo con una low cost estadounidense entre Baltimore (que está a una hora de mi casa) y Rochester. La low cost no me dejó comprarlo desde su página porque por lo visto no tenían preparado el sistema para tarjetas de crédito no estadounidenses (!!), pero pude encontrar el mismo vuelo (algo más caro) en Travelocity, una página tipo Atrápalo en versión americana. Bueno, pues como a tres o cuatro días vista me dicen que la reserva está cancelada porque AirTran (la lowcost implicada) no había obtenido autorización de mi banco. Total, que resignado me vuelvo a Rumbo y lo que era un vuelo directo de una hora se convierte en uno de tres horas, con un transbordo en Philadelphia, el doble de caro y con un horario fatal para la vuelta (me perdí casi todo el último día de congreso). Cosas que pasan…


¡¡Llegué!! (mirad abajo a la derecha :P)

Por si esto fuera poco, tenía la presentación el Lunes después de comer (un horario espléndido, por cierto) y, como os comenté en su día, no la llevaba preparada para nada. Abreviando un poco, me traje de Sevilla un montón de datos que procesar, y los resultados no han sido los que yo esperaba (para ser más exactos, el aspecto de los resultados es lo que no era bonito; los resultados no estaban mal, estrictamente). Así que a última hora decidí darle un giro radical a la presentación y hacer una versión un poco más cuidada (y en inglés :P) de la de mi trabajo de investigación. Total, que el primer día llego al hotel (fantástico), suelto los tiestos, me voy a la recepción del congreso, asisto a la conferencia inaugural (muy curiosa… acerca del estudio de los restos de las Torres Gemelas), me vuelvo al hotel… y a escribir se ha dicho. Un litro de Diet Coke después, acabé la presentación, la ensayé un poco y me acosté. Eran las tres de la mañana…


Una calle de Rochester.

A las siete y media me levanto y me encamino al hotel del congreso, separado del mío por un agradable paseo: doscientos metros sobre uno de los puente sobre el río Genesee que salpican el centro de la ciudad. Tras una mañana y comida en la que mis nervios iban en aumento, llegó por fin la hora de mi presentación. Saqué mi vena de showman y no me fue mal del todo… Comencé diciendo que no pretendía descubrir nada, sino simplemente «enseñar un truquito», y orienté la charla a ser una especie de nota técnica, sin muchas zarandajas científicas. La consecuencia inmediata es que más o menos todo el mundo, independientemente de su background, se enteró de lo que quería contarle. Sabía que a la gente le encanta aprender, así que esperaba que esa fuera mi salvación 🙂


El río Genesee.

Y a la gente, según parece, le gustó bastante. Varios coincidieron en definirla como colorful, que, según el diccionario, significa (aparte de con muchos colorines, que también) llamativo por su variedad e interés. No está nada mal 🙂 Alguno se acercó después a decirme que agradecía ver algo diferente, que en estas conferencias siempre se acababa presentando lo mismo. Y también hubo algunos interesantes intercambios científicos a propósito del material que estudio; parece ser que su fractura es un problema bastante más enrevesado de lo que parece, así que si soy capaz de resolverlo ya tengo tesis 😛


El hotel de la conferencia, reflejado en la fachada de enfrente.

La cena para ese día era libre. Yo fui con uno de los que me había planteado preguntas, Rick Brandt, que sabe un rato de zafiro y es, adicionalmente, un cachondo mental 😛 Los cinco que estábamos en el grupo acabamos en un restaurante llamado Siena, que, por lo visto, le había recomendado a Brandt el taxista que lo traía del aeropuerto. La ambientación fabulosa, la comida fabulosa, y la cuenta… no menos fabulosa: 287 dólares, mas la propina, que por estos lares está muy encarecida y que añade un 15% de recargo. Total, 65 pavos por cabeza. Y tampoco comimos tanto: un plato grande común, dos rondas de pan, dos botellas de vino y un plato y un postre por cabeza. La deducción lógica es que, o los taxistas ganan más que un ministro en Rochester, o Rick se montó con el cuñado del dueño del restaurante… Al día siguiente me encontré con mi jefe de NIST, que se había ido con un colaborador suyo y con la familia de otro amigo de ambos de NIST, y esa noche se hartaron de excelente comida italiana por 20 dólares. Así es la vida 😛


Una calle en Downtown.

Apenas tuve tiempo de vivir mucho Rochester, pero parece una ciudad interesante. Eso sí, la cercanía a los Grandes Lagos, que están casi como para ir andando desde la ciudad, hace que el clima sea un poco tristón, frío y con tendencia a la lluvia (y alguna vez sufrimos una tormenta bastante furiosa). Llama la atención la cantidad de gente de color que hay (yo diría que son mayoría), muchos de ellos montados en su bici: los ciclistas son una institución por el centro de Rochester, y hasta los buses tienen en la parte delantera un artilugio para colgar las bicis (algo que también pasa por aquí cerca, por cierto). El aspecto más negativo que encontré fue que estaba algo sucia… y que en la puerta del hotel nos encontramos con pedigüeños más de una vez, lo que, teniendo en cuenta que me tenía que volver solo de noche al otro hotel, no me hacía sentirme muy seguro. No creo que sea una ciudad más peligrosa que cualquier otra, pero ir con pinta de perdido, arregladito y con una cámara de fotos colgada no es precisamente un buen disfraz para pasar desapercibido…


Lawyers Cooperative Extension, con su estatua de Mercurio, a la izquierda; Time Square, a la derecha.

El segundo día de congreso fue bastante intenso, aunque yo ya estaba bastante tranquilito. También negocié con los organizadores y me dejaron entregarles el artículo esta semana que entra (más tranquilidad :), aunque el Jueves me quedaré hasta última hora como siempre…). Una vez
se clausuró el congreso, tenía como una hora y cuarto que perder hasta la cena de gala. Decidí ir al hotel, coger la cámara y dar una vuelta para hacer algunas fotillos. El día era espléndido, la luz de la tarde era excelente (véase la foto siguiente como muestra)… pero a las diez o quince fotos se volvió a fastidiar la cámara :»»( (otra vez el lector de tarjetas, según sospecho). Por mucho que probé, e incluso recurriendo a la violencia, no hubo modo de resucitarla. Así que me volví al hotel para no ir cargando con ella y me encaminé resignado a la cena de gala.


First Federal Building.

Del pequeño paseo que me di me quedo con que Rochester es una ciudad que vive bastante volcada a su río. Hay infinidad de puentes (bastantes con pinta de ser históricos) y casi todos los grandes edificios se pueden admirar muy bien desde ellos. No todos los puentes son del año de la polka; también hay alguno más moderno, como el de detrás de mi hotel, con planta lejanamente en forma de Y, en el que había infinidad de banderas y algunas esculturas al aire libre.


Una de las esculturas al aire libre.

En la cena de gala me lo pasé bastante bien 🙂 Entre otras cosas curiosas, me enteré de que los Sandia National Labs se llaman así porque están en el entorno de una sierra que, al atardecer, se tiñe de un color rojizo intenso (sí, como el de las sandías :P) Pero lo mejor fue cuando se pusieron a hablar del Gran Cañón y del rafting (por lo visto hay listas de espera kilométricas para bajar en kayak o en barca neumática por el río… se tarda como una semana en hacer el viaje). A mí se me ocurrió decir que yo también había hecho algo similar —a menor escala, claro— en el viaje de fin de curso (alguno os acordareis de ello, ¿no? :)) Bueno, pues resulta que Jean Pierre, el amigo de mi jefe y francés de pura cepa, había andado por la zona (el río Pallaresa). No solo eso, sino que había sido parte del equipo americano (reitero lo de francés de pura cepa) de kayak y se había hartado de entrenar y de dar vueltas por las competiciones en los 4 años que estuvo en Estados Unidos. (El tío entrenaba en la Costa Oeste, de modo que los Viernes y Domingos se metía un vuelo de N horas entre pecho y espalda; es como quien va todos los fines de semana a Praga, chispa más o menos).


De esto no he encontrado el nombre… xD

Hago un inciso para indicar que en Rochester me he sentido genuinamente como una mujer: iba al baño cada par de horas o así. La culpa la tiene la bebida, aunque por suerte (o más bien por desgracia :P) era de todo menos alcohólica. En cada mesa del congreso había siempre disponible una jarrita de ice water, y claro, yo no podía resistirme a beber vaso tras vaso… todo eso sumado al te y similares que teníamos en los descansos. Tras la cena de gala subsané la ausencia de alcohol y compartí un ron (bueno, dos :P) con unos cuantos amigos, entre los que estabam varios con los que fui a cenar el día anterior, así como George Quinn, compañero en NIST y probablemente una de las personas del mundo mundial que más sabe en el tema de la fractura.


Mercurio en el horizonte.

Desgraciadamente, al día siguiente tenía que irme pronto para coger el vuelo (debido a la movida con el billete), así que me perdí bastantes conferencias. Por lo visto hubo una sobre rotura de ventanas en plan CSI total. Tras un primer vuelo sin mayores problemas (salvo que me registraron la maleta delante de todo el mundo… menos mal que las revistas porno las llevaba en el equipaje de mano xDD), llego a Philadelphia y me encuentro con que el segundo vuelo iba con más de media hora de retraso. Total, como había pedido una shuttle para que me esperase en el aeropuerto de Baltimore, llamo a la casa para avisar del retraso. (Una shuttle es una fragoneta compartida; tú la pides y ellos te recogen y te llevan, puerta a puerta. Compartes el recorrido con otros viajeros a los que les pilla de paso, y a cambio te sale como por la mitad que un taxi). Long story short, a mi llegada a Baltimore (con unos 15 minutos de retraso) allí no había shuttle ninguna. Tras varias llamadas (la última abroncando) y una mortificante espera, al final aparece milagrosamente una shuttle una hora y media después. Y además la misma shuttle recogió a otros dos viajeros que iban a un pueblo anterior al mío y los dejó a ellos primero, total: otra hora y media en llegar a casa. En resumen, que salí del hotel a las diez de la mañana y llegué a la casa a las siete de la tarde. Un viaje plácido, sí señor… 🙁


Time Square, Rochester.

Eso sí, no todo iba a ser malo. Ya que mi coacción no había sido suficiente, decidí empaquetar la cámara en la maleta facturada, para dejárselo a los profesionales del maltrato. (Menos mal que no me perdieron la maleta, porque las llaves de la casa me las dejé dentro del bolsito de la misma… :s) Y hete aquí que, cuando llego por fin a mi cuarto en Tannery Drive, enciendo la cámara y… funciona perfectamente. A ver hasta cuando, pero por lo menos ya puedo bajar tranquilamente a todos esos sitios que tengo a mi alcance y echarles fotitos 🙂

Ale, pues ya está aquí el macro-report del viaje 😛 Como os digo, tengo muchas otras cosas que contaros, pero después de una hora y media escribiendo ya me apetece ponerme a otros cuidados 🙂 Así que se quedan para días posteriores. ¡Un abrazo a todos!

Lake Varuna

Hoy me he comprado una bici y me he dedicado a dar vueltas toda la tarde con ella (una medida por encima arroja unos 15 km de recorrido). El resultado neto es que estoy cansadísimo y me duele todo. No obstante, debo subrayar el resonante éxito de haber sobrevivido a la experiencia (y me he hecho un puñado de km, aún cuando esto no es precisamente llano…); de hecho, en el fondo pongo este post sobre todo para que mañana una de mis lectoras (¡hola, mamá! :P) no piense que me he partido la crisma por ahí (todo se andará :P) Consideraros afortunados de no tener que compartir calzada conmigo…

Hoy tenía pensado hacer un report de mi estancia en Rochester, pero tendrá que esperar a mañana (estoy que me muero de cansancio, y a las ocho el sol entra por la ventana que es una gloria); ya tengo las fotos (casi, estoy acabando) seleccionadas, retocadas y prestas para ser subidas. Intentaré que sea por la mañana para que lo podais ver a una hora decente. ¡Un abrazo desde USA!

Telegraph Road

Vuelta Rochester de una pieza STOP conferencia excelente charla muy bien gente gustó mucho STOP día largo lleno movimientos STOP hora tardía aquí STOP mantengo promesa report variado pero muchas cosas acumuladas estos dias STOP un poco paciencia STOP un abrazo a todos STOP y por supuesto felicidades a luna tan hermosa que hubo que inventar noche para lucirla

Interstate 270

No, no estoy secuestrado, ni me han dejado morir en un desierto de Alabama para ser arrastrado por las hienas. El motivo de mi ausencia blogera es bastante más mundano: el Lunes tengo una presentación en un congreso y, por simplificar un poco para no aburrir a la audiencia, no tengo nada hecho. Así que hasta que no vuelva del congreso probablemente no de muchas señales de vida. On the plus side, cuando eso pase sí que tendré de pronto más tiempo libre y os iré contando mis correrías por Yankeelandia.

Hace escasamente una hora se cumplió una semana exacta que aterricé aquí. Como le escribía a Sara ahora mismo, la sensación que tengo es un tanto extraña. Por un lado, ha sido una semana muy larga e intensa; he aprendido y vivido un montón de cosas, y me queda la satisfacción de que me voy defendiendo bastante bien (no me he muerto de hambre ni nada, lo cual es una mala noticia para mi línea). Así que parece que llevase aquí bastante tiempo. Pero, por el otro lado, no me siento nada estabilizado. De la semana que he tenido para coger una rutina, dos días han sido de papeleo puro y otro ha sido fiesta; además, he estado más pendiente de mi contribución al congreso que de otra cosa. (Cuando digo «nada hecho» me refiero a nada de la presentación; el trabajo científico sí lo hago, pero no me sale lo que yo quisiera :S) Y ahora estaré en Rochester hasta el Jueves que viene. Supongo que hasta que no empiece mi tercera semana no le acabaré de coger el pulso a mi nueva vida americana. De cualquier forma, tendré dos meses para acostumbrarme 🙂

De todas formas, la impresión global es muy positiva. Mi adaptación, en términos prácticos, está siendo muy fácil. Ni siquiera me siento homesick (término anglosajón que es lejanamente equivalente a la morriña galega). Ciertamente, sí que me acuerdo de la gente y de mi familia (os aseguro que más a menudo de lo que pensáis :P), pero como sé que esta estancia tiene una fecha de caducidad cercana, esos recuerdos me reconfortan en vez de angustiarme. Supongo que si me fuera a quedar cinco años aquí (el máximo teórico de mi visado J-1) me lo tomaría de otra manera. Aunque si me fuera a quedar cinco años aquí lo más probable es que tuviese un sueldo que me permitiera darme un garbeo por España de vez en cuando 😛

Reconozco que la calidad (y ritmo de actualizaciones) de este diario es mucho menor de la que yo esperaba, pero de verdad que es cosa del congreso. Cuando pase, prometo hacer fotos de las luciérnagas, de los malls y carreteras, de los lagos que tengo al lado de casa, de mi habitación y de todo lo que me vaya encontrando. Hasta entonces, deseadme suerte 😛 ¡Un abrazo a todos!

Muddy Branch Creek

Hoy es cuatro de julio, Día de la Independencia. Festivo aquí. Yo me he quedado currando un poco, que el domingo tengo un congreso y para entonces tengo que tener listos un artículo y una presentación que ni siquiera he empezado. La tentación de irme a Washington DC a vivirlo, entre conciertos y fuegos artificiales, ha sido grande; pero al final me he quedado, con bastante dolor de mi corazón. Al menos, así tengo una excusa para volverme el verano que viene 8)

Hace un rato, Mercy me llamó para que bajase a ver por la tele algo del ambiente que había en DC y me ha invitado a hacer con ella el camino que me llevará hasta el trabajo. Un cuarto de hora largo por vías rodeadas de hierba, árboles, laguitos y vida salvaje. Además de los sapitos, muy monos (y abundantes) ellos, me ha fascinado mirar a los árboles y verlos cuajados de luces como si fuera una noche de Navidades. Luciérnagas: quién me iba a decir a mí que, veinte años y seis mil kilómetros después, iba a acabar topándome aquí con estos insectos sobre los que leía asombrado en mi niñez.

Quince Orchard Road


Dejábamos a nuestro héroe más o menos recién llegado a USA, con una maleta desaparecida en combate y acabando de haber sido tangado. Para resumir un poco, el tangazo consistió en que los de la aerolínea llamaron a la casa a las once y pico de la noche para avisar de que la maleta estaba a punto de llegar. A Mercy, mi casera, le pareció una buena idea que la esperase fuera (por lo visto te la dejan en la puerta si no). Long story short, allí que me bajo, pasan dos horas y la maleta ni estuvo ni se la esperaba. Cerca de las dos tiro la toalla y me subo a acabar el post y dormir… y la maleta llega a las cinco y media de la mañana 🙁

Como os podéis imaginar, no fue una noche ideal con respecto a mi descanso, pero a las nueve de la mañana o así (os hablo del día de ayer) andaba ya en planta porque la claridad entraba como un tsunami por la ventana. Me dediqué a merodear un rato con cosas varias (arreglar la maleta recién hallada, leer emails…) hasta que Antonio, mi jefe, se levantó por fin. Pasé el día en Washington DC, ciudad francamente impresionante; volveré a menudo, porque está como a una hora o así de aquí, y está orientada a pasar el día paseando por el National Mall o paseando por los enormes museos Smithsonian. Hartos de dar vueltas, y mojados por una tormenta tropical que apareció de forma repentina, nos retiramos a un Boston Café a comer y volvimos a casa.

Hoy he ido a NIST a conocer a mi jefe, Shelley Wiederhorn. Es una persona absolutamente encantadora y ya estoy deseando empezar el trabajo con él 🙂 El centro es verdaderamente fantástico, pleno de medios y de superclases científicos sonrientes. He comido allí en la cafetería, que no tiene mala pinta (cosas curiosas: te montas tu propia ensalada y te la cobran por peso), me he ido después a buscarme una tarjeta de teléfono móvil estadounidense (¡ya tengo un número de USA!… aunque aquí los muy simpáticos te cobran por recibir las llamadas, además de por hacerlas) y a comprar libros.

Me detengo aquí para decir que es una suerte, entre comillas, que Antonio se vaya mañana y se lleve su flamante coche alquilado de vuelta al aeropuerto. Ahora mismo, gracias a él hemos pasado por montones de malls, sitios donde invertir una fabulosa cantidad de dólares; me estoy dejando un dinero bastante curioso en compras varias. Hoy ha sido el día de los libros; he estado en dos librerías, Borders y Barnes&Noble, y he comprado unas cuantas cosas. Entre ellas, la que más me gustan no son libros: un par de mapas de Washington DC para futuras visitas y… un UNO de South Park 😀

En fin, entre libro y libro, Antonio y yo hemos quedado con Shelley y su mujer, también encantadora. Y aquí, a seis mil kilómetros de casa, ¿dónde quedar con una pareja americana para cenar? Pues en un bar de tapas español, por supuesto, el Jaleo. Más allá de la ironía del destino, el sitio ha estado sorprendentemente bien; las tapas estaban muy ricas, y casi al final de la cena, mientras hablábamos de la Feria y otras costumbres patrias, hete aquí que empiezan a sonar unas sevillanas y salen dos bailaoras, una de ellas con palillos y todo. Las cosas de la vida.

Bueno, se acercan las doce y ya va siendo plan de acostarse. Como veis mi cámara parece sana, así que ya os iré poniendo más fotitos. Un abrazo a todos!

Tannery Drive

Bueno, ¿qué decir? Después de un par de semanas frenéticas, de la lectura del DEA, del empaquetamiento (incompleto :() de todo tipo de tiestos en cajas y maletas, de varios madrugones, carreras y papeleos, de un transbordo en Londres que por poco me deja en el camino (una de mis maletas aún anda perdida por Heathrow, según me temo) de un vuelo transoceánico en un Boeing 777 (típico avión de película, con 9 asientos por fila en clase turista), de varias peripecias con una shuttle compartida… ya estoy en Estados Unidos.

Lamento no haber dado muchas señales de vida hasta ahora. Llegué anoche (aquí hay seis horas menos que en España, de modo que mi «anoche» se traduce en que salí del aeropuerto a eso de las tres de la mañana hora española); esta mañana he ido al mercado a hacer algunas compras y cuando llegué ya estaba aquí Antonio, mi jefe, nos hemos ido a comer y cuando volvimos la dueña del piso no estaba… total, que no he podido obtener la clave de Internet y sentarme hasta que no han sido como las once de la noche.

En fin, ya os contaré mis anécdotas varias estos días que entran. A mitad de este post me han hecho una pirula brutal que, en términos prácticos, se traduce en que son ya casi las dos de la mañana y tengo muuuuuuuucho sueño. (Ya sé que suena extraño, paciencia y os lo explico :P) Pero simplemente quiero que sepais que no me olvido de vosotros.

¡Un abrazo a todos!