Site menu:

 

En Twitter

Follow Me on Twitter

Powered by Tools for Twitter

En Flickr

Mi photostream »

En Tumblr

  • Las cosas que posteo en Tumblr aparecen en el blog automáticamente.
Mi tumblelog »

En mi RSS

Buscador

Cajonera

Últimos posts

Últimos comentarios

noviembre 2024
L M X J V S D
 123
45678910
11121314151617
18192021222324
252627282930  

Tags

Amapolas Torcidas

Otros amigos

Y os recomiendo...

Llámalo un día


Las compras del día.

Hoy la casualidad, que tantas veces se ha partido de risa a mi costa (*ejem* *ejem* pinchazos, *ejem* *ejem* shuttles…), se ha puesto de mi parte. Me explico. Hoy, por una rara combinación climatológica, ha hecho un día sorprendentemente fresco para lo que han sido los días anteriores, de modo que, al salir del trabajo, he decidido acercarme a Gaithersburg Square, un pequeño mall situado no muy lejos de NIST en el que hay una librería Borders. Borders tiene un programa de fidelización que viene a ser un poco como el del Día: te das de alta de forma gratuita (te dan hasta la tarjeta llavero y todo) y te hacen ofertas especiales por ser parte de él. Me di de alta prácticamente el primer día que llegué y el resultado neto es que evito ir a la librería porque siempre me acabo gastando una pasta con la excusa de las ofertas. Bueno, pues tenía un bono para un nada despreciable 30% de descuento en un artículo, de modo que iba con la intención de concederme un capricho. Un capricho que al final han sido cuatro: aparte del artículo descontado (una guía de viajes por Europa, algo que tenía ganas de tener y en la que el 30% representa algo así como siete dólares de ahorro; ¡espero sinceramente darle uso!) me he comprado un libro de oferta sobre mitología, un mapa de Chicago (preparación para el viaje :D) y un libro del que me acordé el otro día, que había sido incapaz de encontrar en España pero que me moría de ganas por tener: Save Karyn.


…Y algunas de las de días pasados.

Total, que 40 dólares después salgo de Gaithersburg Square y, como hacía buena tarde, decido dar una vuelta en lugar de volver directamente a casa. Mi plan consistía en pegarme algo así como 8 o 9 km de rodeo, por una de las carreteras grandes de la zona (Clopper Road), que rodea un parque enorme al que le haré una visita antes de irme; Clopper, al final, se acaba cruzando con Great Seneca, carretera que pasa por el lado de mi casa. (Desde el citado cruce hasta mi casa había un caminito igualmente, pero me sentía con ánimo). Bueno, pues cuando venía bajando por Quince Orchard (al lado de NIST), justo antes de llegar al cruce con Clopper en el que empezar la ruta programada, había otro cruce con una carretera enorme. Como me cansé de esperar a que el semáforo se pusiera en verde, decido meterme por una calle que tenía justo al lado, que según creía salía a la misma carretera. En ese camino adelanto a un chaval que andaba tranquilamente por la acera, y cuando le sobrepaso escucho a mi espalda «Oye, muchacho…»


Lakelands.

Resultó que el chaval era Jose, un amigo de Juanjo —mi mayor contacto con la mafia española en NIST— al que conocí de casualidad el otro día, en una excitante reunión a la que nos convocaron para enseñarnos cómo se hace la declaración de la renta en Estados Unidos. Jose vive ahora con Mauro, el compañero de Juanjo hasta hace bastante poco (Juanjo se ha tenido que buscar una casa en plan de urgencia, porque teóricamente debería llevar ya dos semanas en España… pero al final le dieron un mes más de extensión a última hora). Total, que me comenta que tienen allí una fiestecita montada. Yo la verdad es que estaba un poco reluctante a ir porque iba en plan super guarro, con mi casco de Gucci y mis guantes de montar de Prada, por no hablar de la elegante camiseta de algodón sudada de Emidio Tucci… Pero al final me animé y he pasado un buen rato entre amigos, probando el vodka autóctono polaco y encima comiendo de balde. Y conociendo a gente, que era de las tareas pendientes en USA. Son un grupo muy heterogéneo, pero tienen en común el ser gente joven y simpática. Ya les he pedido que cuenten conmigo para la próxima movida que monten… Todo por meterme por una calle secundaria con tal de no esperar a un semáforo para llegar a una avenida por la que dar un rodeo de diez kilómetros que a nadie en su sano juicio se le hubiera apetecido en aquel momento. Sorpresas te da la vida…


Para Bibi con amor 😛

Feliz y alegre (esto último no sólo por el vodka :P) he vuelto a casa a eso de las diez de la noche. Mañana, desde luego, no voy a levantarme temprano salvo incendio de medio condado, pero si el día está como hoy se puede plantear el salir a dar una vuelta en bici a algún sitio del entorno. Lo cierto es que hoy me he hecho más de 15 km y me he quedado con ganas de más (todo es que el camino no tenga muchas cuestas :P), y además el pie ha mejorado notablemente, de modo que ya tengo el gusanillo viajero a pleno rendimiento. Como quizá hayais visto sagazmente en la foto anterior, tengo un mapa de vías ciclistas en algo así como 50 km a la redonda desde Washington, así que, si hay piernas, sitios no me van a faltar. O igual me reservo para bajar el domingo hasta DC (lógicamente no todo en bici… xD la estación de Metro está a una distancia abarcable en bicicleta, y la puedo dejar aparcada en la estación o montarla en el tren). Ya os contaré…


Apenas a un palmo…

Vigoroso como una margarita


Junto a Lake Erie.

Dejábamos a nuestro héroe (?) bajo una explosión de luz y color, extático ante la brillante victoria de los Cleveland Indians y el concurso aquel de hacedores de pizzas cutres. El siguiente paso lógico era, como no se les escapará a mis sagaces lectores, cenar algo; el problema es que la hora era bastante tardía para los estándares americanos, ya que el partido empezó a las siete de la tarde y el béisbol es de todo menos corto (salimos de allí a las diez y algo). Así que salimos con intención de comernos la noche… o por lo menos algo que la noche quisiera darnos 😛


Downtown visto justo desde al lado de la USS Mather.

Y menos mal que no nos comimos lo primero que vimos… Me explico. Tras el partido, nos encaminamos a una zona de la ciudad conocida como los Flats, anteriormente parte del puerto y que Julián recordaba como un sitio lleno de vida y de bares con encanto. Pues llegamos a los citados Flats y aquello parecía Kosovo. Todo oscuro, con un montón de sitios cerrados y con avejentados carteles… por no hablar de los que estaban abiertos, que se reducían a un pub con una pinta horrorosa, otro con unas sospechosas luces rojas y un tercero que tenía toda la pinta de ser una discoteca gay. Ante lo poco variado del menú, salimos de allí en cuanto pudimos y cruzamos al otro lado del río, que sí tenía algunos sitios más decentes, y nos comimos una riquísima late-night pizza 😉 Por cierto que Julián no mentía: según la historia del sitio, todo se fue a la porra de repente en 2000…


The Flats (la parte buena ;))

Total, que una vez habíamos sobrevivido a los East Flats y llenado la panza en el West Bank, nos dirigimos a casa de la familia política de Julián. Viven en Brunswick, en una zona residencial típicamente americana, situada como a una hora en coche. Conocí también a Ray y Francine, los padres de Debbie —mujer de Julián—, personas encantadoras donde los haya y con los que estoy en deuda por su hospitalidad. Era ya tarde, así que no hice mucho más que acostarme y dormirme.


¡Música, maestro!

Por cierto, que dije que había tenido algunas experiencias negativas, y para ser exactos son dos: la shuttle de vuelta (como siempre) y la primera noche. No porque nada de la casa estuviese mal (al contrario), sino porque al quitarme los zapatos me empezó a doler la parte externa del pie izquierdo una barbaridad. Supongo que debía haber estado todo el día apoyando mal el pie. El caso es que al día siguiente estaba como el doctor House, y que en este momento todavía me duele, aunque poco a poco se me va mitigando. Menos mal que cuando voy en la bici no me duele, aunque lo de la bici sigue siendo de Expediente X… 😉


Sauron te vigila… y preferiría que no fueras en bici 😛

Al día siguiente, tras una ducha y un desayuno típicamente americano (qué ricos los dulces…) nos volvimos a Cleveland, pero en vez de dar paseítos por la ciudad —lo que, con el calor que hacía, nos podía haber reportado una insolación de caballo— fuimos a tiro hecho. La primera parada fue el Museo de la Ciencia, y de verdad que es muy espectacular. Como museo realmente no tiene demasiado, en el sentido de que no le sobran los cachivaches antiguos, pero a cambio tiene un montón de montajes y de cosas que manosear, tocar y experimentar. Y no es precisamente pequeño: tiene cuatro plantas llenas de experiencias por descubrir.


The Matrix has you…

Disfrutamos como enanos dando vueltas por el museo, tocando instrumentos musicales, jugando con cuerdas y cadenas, levantando un coche sin apenas esfuerzo, observando tornados, dunas, relámpagos y ríos de bolsillo, … y, para rematar, nos metimos en otra de las atracciones del edificio: un cine IMAX, donde vimos una película sobre la antigua Grecia que consiguió convencerme de que cuando sea rico me iré a hacer un crucero a Santorini.


USS Mather.

La siguiente parada en el recorrido fue el enorme barco carguero que se encontraba justo enfrente del puerto, la USS Mather, de doscientos metros de largo. La nave se utilizaba, en su época —desde los años 20 hasta los 70, prácticamente— para llevar mineral a Cleveland desde los yacimientos del Norte, atravesando los Grandes Lagos. Catorce mil toneladas, en condiciones óptimas, podían ser trasladadas a velocidades que rozaban los 60 km/h (una burrada en términos náuticos) para ser procesadas en la ciudad madre.


Y ese bar-co vele-ro carga-do de sue-ños cruzó la bahí-aaaa..

Una de las notas más curiosas del museo se refería a la II Guerra Mundial: para apoyar a la producción de armas, se necesitaba desesperadamente el mineral de hierro durante un crudo invierno, por lo que la flota carguera de Cleveland, con la USS Mather (a la sazón buque insignia) a la cabeza, hicieron el recorrido por detrás de un rompehielos cuando apenas había pasado la mitad de la estación. Era la fecha más temprana en la que un buque de ese tamaño había atravesado los Grandes Lagos en invierno. (Y no es ninguna tontería: por lo visto, hay gente sin nada mejor que hacer que conduce algunos inviernos hasta Canadá con un todoterreno, por encima de la capa de hielo de los Grandes Lagos…) Al año siguiente, la USS Mather volvería a batir su propio récord.


¡A toda máquina!

El barco está bien preparado como museo. Se puede visitar casi todo: habitaciones de la tripulación, de los oficiales, comedores, miradores, salas de invitados (cabían hasta diez, y os aseguro que iban bien), la cocina, cabina de mando, la impresionante maquinaria… Y por supuesto patearse la cubierta, porque se entra por una parte del barco y se sale por el otro extremo. Una visita muy interesante.


Un camarote de invitados.

A estas alturas ya eran las cinco de la tarde y teníamos un hambre notable, así que Julián volvió a sacar sus dotes de guía. Regresamos al coche arrastrándonos (vaya un calor más horroroso) y me llevó a través de la Universidad, primero la de Cleveland, y luego la de Case Western Reserve (Cleveland era originalmente parte de una vasta extensión de tierra casi inexplorada que se dejaba para los indios, la Reserva del Oeste), en la que él estuvo de postdoc y que tiene una arquitectura chulísima. De camino, me iba contando historias sobre la evolución urbanística de los sitios por los que pasábamos. Así me entretuvo hasta llegar a nuestro destino: Little Italy, un barrio (sorpresa, sorpresa) de italianos e italoamericanos, donde saciamos nuestro apetito en una curiosa pizzería, charlando sobre lo divino y lo humano (demolición de Sevilla 2 ya :D)


Little Italy.

Tras la pizza, nos encaminamos de vuelta a Brunswick. La tarde la pasé charlando con los habitantes de la casa, y me voy a permitir repetirme y decir de nuevo que son gente encantadora, tanto los padres de Debbie, como la misma Debbie, como Julián, como los hijos de Julián (Gloria y Julián Jr.)… hasta el gato 😀 Después de jugar un buen rato con Gloria al Husker Du —juego en el que tengo que reconocer que la niña me pegó una cantidad de palizas seguidas bastante notable— y de probar la mitológica Root Beer, acabamos la noche viendo la (entretenida) peli Bajo el Sol de la Toscana, en versión original inglés-italiano-polaco…


Faro en lontananza en los Grandes Lagos…

Ya quedaba poco que hacer en Cleveland, pero el destino todavía me reservaba algunas aventurillas por vivir. Al día siguiente, me acerqué a ayudar a Julián en su elección de una cámara digital y, de paso, nos dimos un garbeo por la plaza central de Medina, pueblecito typical american que parece sacado de una película de época. A la vuelta, nos estaba esperando una suculenta comida americana: maíz dulce en mazorcas, judías verdes, arroz, ensalada con aguacate, Sloppy Joe (existe de verdad y está buenísimo, es carne con tomate muy sazonada), gambas… y de postre tarta de queso con mermelada. Vamos, que no me puedo quejar 🙂


Medina.

Después de un vuelo de vuelta sin más eventos, llegamos a la segunda experiencia negativa, aunque en realidad resultó más curiosa que irritante. Aterrizo en Baltimore y espero a mi shuttle en el sofocante calor de la puerta de la terminal de llegadas. Por suerte, llega sólo diez minutos después. Recoge a otra pareja de indios que venían a un congreso y nos ponemos en camino. Pero lo bueno viene ahora: a las pocas millas del aeropuerto, empieza a oírse un extraño ruido procedente de la rueda delantera derecha… y resulta que la furgoneta se estaba quedando sin frenos a pasos agigantados. Y cada par de minutos, sonaba algo similar a una tuerca que se soltara, pegase contra la llanta y se perdiese en el infinito…


Poste de luz en Little Italy… no comments…

Por resumir un poco la aventura, después de varias llamadas telefónicas (por cierto que en inglés no lo ponía tan explícitamente, pero como el tipo era salvadoreño hizo algunas llamadas en español, y se explayó a gusto… «esta van no funciona, voy sin frenos para nada, qué fregada, capaz y que nos bote aquí»…) resultó que no había ninguna fragoneta ni cundustó libre en todo el condado, de modo que el tipo nos lleva (pisando huevos, of course) a su casa para acercarnos a nuestros destinos en ¡su coche particular! Pero eso no es todo: nos quedamos esperándole en la shuttle, aparece con su coche a los cinco minutos, nos cambiamos… y cuando el tipo mete de nuevo la llave de contacto en su coche… ¡la llave no gira! (la MISMA llave que usó para acercar el coche a la shuttle, se entiende). Tras cinco minutos de pánico consigue girarla, y llego, dos horas después, a mi casa. La aventura de siempre…


¡Zoi er rei der mundoooooooooooooooo!

Con esto concluye la foto-narración de mi fin de semana pasado (qué pechá de procesar fotos…). Hoy he salido un poco antes del curro para ver si puedo dormir un poquillo más, pero de todas formas el Sábado voy a vengarme por toda esta semana de bostezos. Por cierto, ya tengo billetes para Chicago (del 18 al 21), así que os garantizo otra crónica. Mañana (o el Sábado, tampoco voy a comprometerme) tendréis más cosas; igual os hablo de lo de la conciencia de país (con la letra del himno no vale, aunque de todas formas, para el caso español, mejor que el titotito está aquella de «…porque su mujé lo lava con Arié» xDDD) o de lo mucho que me quiere mi bicicleta… ¡Un abrazo a todos!


¡Hasta la próxima, Grandes Lagos!

Un carnaval de órdenes


There’s not much I can say, you’re in Cleveland today…

¡Ea! Mes nuevo, idea para los títulos de los posts nueva :P, y, si el sueño me lo permite (qué larga se me está haciendo esta semana…) energías disponibles para contaros un poco como ha sido mi reciente visita a Cleveland, así como mis últimas anécdotas, que las tengo, y bastantes… De entrada este report no ha nacido en las mejores circunstancias porque por motivos un tanto estúpidos he perdido bastante del texto que tenía ya escrito (cosas mías), pero bueno, a ver si a la segunda va la vencida…

Un centro comercial aleatorio 😛

Al final, el tipo de la shuttle apareció un cuarto de hora antes de lo que debía, de modo que a las siete de la mañana (no olvidemos que me acosté a las tres y media entre el maldito artículo y la maleta) ya iba yo de camino al aeropuerto de Baltimore. Aprovecho para decir que vaya casualidad que todos los vuelos que cojo últimamente salgan del susodicho aeropuerto. Geográficamente, estoy como a en el centro de un triángulo formado por los tres aeropuertos que sirven a Washington DC: Reagan, en el propio DC; Dulles, en Virginia; y Baltimore, en Maryland. Bueno, pues para llegar a Baltimore tengo que llegar hasta las cercanías de Washington, entrar en el Beltway (la SE-30 de DC, para entendernos) y volver a subir. De modo que el tiempo de viaje es como de media hora extra. El viaje no tuvo muchos eventos, salvo que en Cincinatti son tela de listos: la terminal tiene, en teoría, como 90 puertas (yo salía de la 71), pero resulta que en realidad son dos salas chiquitujas con 10 puertas o así cada una y el número se va asignando dinámicamente. Un buen negocio el de las puertas virtuales, sí señor. Una vez en Cleveland, Julián me vino a recoger muy amablemente y allá que nos fuimos a patearnos la city.

Keybank Tower, o algo así…

Cleveland es una ciudad americana típica, con su downtown lleno de rascacielos —más modestos que los de Nueva York, desde luego, pero imponen igual cuando uno está debajo— y, desgraciadamente, con una «zona de exclusión» a su alrededor en la que nadie vive. (Por cierto, ansita, no hay una altura fija para decir «esto es un rascacielos», pero más o menos se usan los 150 m como guía). Lo que es una locura en la rush hour se vuelve calma chicha fuera del horario de oficina. También tiene como característica el estar situada justo al norte de uno de los Grandes Lagos, cualidad curiosamente compartida por Rochester (donde ya he ido) y Chicago (donde planeo ir en breve). Y os puedo asegurar que lo de «Grandes» pocas veces ha estado mejor aplicado que aquí. Cuando uno está delante del Lago Erie lo único que llena el horizonte es el agua, y resulta difícil no tener la impresión de estar ante el mar en lugar de ante la novena parte del agua dulce de todo el planeta.

Lake Erie.

Según mi anfitrión, Cleveland ha emprendido, de 10 a 15 años para acá, un intenso proceso de regeneración de su orilla urbana. Y doy fe de que se nota: en el entorno del «paseo lacustre», no sólo se puede disfrutar de una vista espléndida del skyline de la ciudad, sino que también se encuentran a mano el Museo del Rock and Roll —tributo a una de las músicas más genuinamente estadounidenses por parte de la ciudad que le vio nacer—, un magníficamente montado Museo de la Ciencia, el estadio de fútbol del equipo local (Cleveland Browns, me parece), y, para rematar la faena, un submarino de la II Guerra Mundial y un barco carguero de 200 m de largo, ambos habilitados como museo.

El Rock’n’Roll Museum.

Una vez en la ciudad, Julián me llevó a dar una vuelta por la parte más típica. Entramos en un suntuoso centro comercial y, tras curiosear un poco, salimos al centro neurálgico de la ciudad, Public Square. En la plaza se concentran varios rascacielos (uno de ellos «pegado» al centro comercial, por cierto), así como una estatua del fundador de la ciudad y otra que parecía un poco una matadora de toros. La siguiente parada en el paseo fue otro complejo de unos cuantos rascacielos, anexo a los cuales había —adivinadlo— un nuevo centro comercial. Llamado Galleria, según Julián es el más bonito de la ciudad, y creo que no le falta razón, sobre todo por el techo, una auténtica obra de arte arquitectónico: una suerte de cúpula de vidrios, estilo al Pabellón del Vaticano, que llena el centro con la luz del día.

Liberty, en plan Espartaco.

A esas alturas ya estábamos un tanto muertos de hambre, de modo que comimos en el mismo Galleria por un precio sorprendentemente módico. Tuve la ocasión de probar una hamburguesa americana de las buenas (conste que es la segunda que me tomo en todo el viaje, y se podría argumentar que la primera no merece ser contada…) y lo cierto es que… están muy ricas 😉 A continuación nos dirigimos por fin a la orilla del lago, donde pude asombrarme de todo lo que os he adelantado antes, curiosear un poco la parte pública de los museos, y perder el par de horas que teníamos todavía libres antes del evento de la tarde: el partido de béisbol de los Cleveland Indians.

Galleria.

Anteayer Sara me preguntaba por aquello de los topicazos americanos, y os puedo asegurar que en el béisbol están por todas partes. Es un espectáculo verdaderamente de masas. El campo, enorme, estaba bastante lleno, se cantó el himno al principio (que envidia de país… sobre esto ya os escribiré otro día…), había todo tipo de vendedores ambulantes, en una de las gradas había un mogollón de gente de una hermandad (sí, de esas de Pi-Delta-Gamma), entre inning e inning (en el béisbol hay como 9 tiempos llamados innings, y a la mitad y al final de cada uno hay un descanso de cinco minutos o así) había alguna americanada (sorteos, entrevistas a gente de la grada, presentaciones…), durante el séptimo inning se llevó a cabo el tradicional Seventh Inning Stretch y el público cantó Take Me Out to the Ball Game, después del partido hubo un concurso consistente en que dos afortunados tenían que ponerse a hacer pizzas (el ganador se llevaba pizza gratis durante un año…) y para rematar la faena, al final del partido (que ganaron los Indians, ¡viva!) hubo una exhibición de fuegos artificiales…

Teeeeik mi aut tu de booooooool gueeeeeeeeeeim, …

Por hoy creo que ya está bien… he tenido un día agotador, y además así me quedan cosas que contaros para próximas ocasiones. En breve mi aventura nocturna y los otros dos días del viaje, y alguna otra cosilla. ¡Hasta pronto!

¡Victoria!

Conservation Lane


¡¡Por fiiiin!! He acabado (salvo retoques mínimos… a no ser que al referee le de por dar la lata) el malhadado artículo que me traía por la Bitterness Road (DarthIA dixit). Hoy no me da tiempo de hacer nada más (sueño, sueño, sueeeeeñoooo…) pero a partir de ahora ya no tengo excusa. Mañana, si todo sale bien, os haré la prometida crónica de mis aventuras en Cleveland. De momento, para abrir boca, os pongo otro par de fotitos. Ta maña…

PD: Por cierto, muchas gracias a todos por los comentarios, conste que los leo… y estoy pensando editarlos para hacer un manual de reparación de bicicletas 😛

Rock&Roll Avenue

Vuelta a la realidad después de mi viaje relámpago a Cleveland. Me traigo muchas anécdotas y experiencias (y fotos… unas trescientas…), muchas buenas, algunas malas (sobre todo por las fotos ;), y por el viaje de vuelta… ¡estoy gafado con las shuttles!) Pero me las guardo para un día próximo, quizá mañana si todo va bien; hoy estoy reventado y mañana toca microscopio… ¡no me echeis de menos! 😉

Kent Oaks Way


…Y no estaba muerto, que estaba de parranda… bueno, no exactamente de parranda, la verdad, pero por lo menos pongo una notita para que se vea que sigo vivo. Como buenas noticias para este periodo está que la cámara de fotos ya no es la única que me da problemas; ahora también me tangan las cámaras de la bicicleta. Entre pinchazos, parches que no se pegan, un cambio de cámara y otra espléndidamente rajada (hoy mismo… aunque esto sí ha sido culpa mía… mía y de un chino… ya contaré la anécdota), me estoy volviendo un profesional del tuning ciclista. En fin, siempre aprende uno algo.

Tengo muchas cosas en el tintero y de verdad que las iré desgranando con mucho gusto, pero ahora mismo mi prioridad es acabar el dichoso artículo (intentaré dejarlo hoy liquidado al 90% para que sea revisado por mis sufridores compañeros sevillanos) y no tengo descanso. Mañana me voy a Cleveland a pasar el fin de semana, así, a portagallola; ayer hablé con Julián, mi líder de grupo en Sevilla, que anda pasando el mes aquí, y me vino a decir a) que fuera a verle y b) que tenía que ser ese fin de semana. Doscientos euros después, ya tenía billete de avión. Llego mañana a las 13:37 (gran hora, ¿eh, frikis míos?) y me vuelvo el Domingo a las cuatro de la tarde. Aunque la llegada es un poco coñazo: mañana tengo una shuttle a las siete y cuarto de la mañana (!!), llegaré al aeropuerto a las ocho y media, allí me tocará ser examinado por seguridad y estar una hora dando vueltas, avión de una hora, transbordo de otra hora en Kentucky (excelentes pollos fritos), segundo avión de una hora y llegada a CLE después de seis horas de viaje, más o menos lo mismo que echaría si fuera en coche. (Como consuelo, la mejor opción en tren eran quince horas). Menos mal que el vuelo de vuelta es directo, aunque como la shuttle de vuelta desde el aeropuerto de Baltimore sea como la última, igual estoy allí todavía esperando el Miércoles.

De todos modos Cleveland es, por lo visto, una ciudad muy chula, así que seguro que me lo paso pipa. El primer día Julián amenaza con llevarme a un partido de béisbol; ya le he advertido de que me va a tener que dar clases aceleradas. Precisamente en el congreso de Rochester comentaba yo con la gente que el béisbol era un deporte al que jamás había sido capaz de sacarle ningún tipo de sentido. Ya os contaré si la experiencia me ilumina. Otras atracciones de la ciudad son un gran museo del rock and roll, los Grandes Lagos y cosas así. In addition to this trip, tengo previsto, como mínimo, irme a Chicago, a Nueva York y a Niagara Falls; en el primer sitio tengo buenos amigos (hey! :P), y a los otros dos me daría igual ir solo, pero no me vuelvo a España sin visitarlos. Todo esto sin contar excursiones «locales» como Washington, Germantown, Bethesda o Rockville…

Tengo que hablaros de mis rutas ciclistas, del metro, de los autobuses; de los ciervos que campan a sus anchas por el NIST (hoy conforme salía estaban correteando por ahí y parecía que estaba de safari…) y de lo monas que son las imágenes que estoy sacando; de cómo este es un país hecho para consumir hasta límites curiosos (¿qué mensaje transmite a la juventud un sitio donde todos los supermercados tienen un 2×1 en tests de embarazo?… eso por no hablar del famoso anillo de Durex, que tiene grandes aficionad@s entre los lectores :P, que aquí sale como por cuatro euros y encima tiene un condón de regalo…); de las puestas de sol, de las casas de mi barrio (sacadas de Mujeres Desesperadas) y del entorno (las fotos que os he puesto son de un recorrido que me hice por Lakelands, un barrio de aquí al lado que, em, está lleno de lagos); de los mercados Amish y de lo ricos que están los helados… Habrá tiempo. De momento, os dejo para ponerme con mi artículo y con mi maleta; ya haré miles de fotos en Cleveland (si la cámara quiere, claro). ¡Un abrazo a todos!

Lake Street

Pongo este post en plan telegrama, para que mi madre, que me lee (déjame un comentario :P) no piense que me he partido la cabeza por ahí. Vuelvo a tener bici y la exploto convenientemente (hoy, 18 km). Mañana tendréis una crónica de mis últimas aventuras. Intentaré hacerlo cuando me levante para que os coja en horarios de persona normal, aunque supongo que tenéis cosas mucho más interesantes en la vida que leer el blog… hasta mañanita, then!

Free Image Hosting at www.ImageShack.us

(pongo así la imagen porque blogger no va muy bien… y la foto está editada, no es de la cámara :P)

Lake Halcyon

No; hoy no ha sido precisamente un buen día.

Antes que nada, decir que, aunque mis problemas están fundamentalmente relacionados con el ciclismo (aquellos que estaban seguros de que iba a tener algún follón… pues no habéis tenido que esperar mucho :P), mi integridad física no se ha visto afectada. De hecho, supongo que (si sobrevivo a todo esto) me vendrá bien para la figura… 😛

Por partes. Mis desgracias comienzan allá por las cinco de la tarde, cuando voy a salir del trabajo. Lo primero que veo es que me falta un guante. Sí, tal como suena. Resulta que, o se me cayó uno de los guantes en el (breve) camino entre que dejé la bici y llegué al despacho, o alguien me ha gastado una broma pesada. Y la última posibilidad, aunque improbable, la contemplo porque estoy casi seguro de que no pueden haberse caído, porque creo que me los quité a escasos 10 m de la puerta del despacho.

Total, que decido dejarlo a ver si mañana aparece por ahí, y si no es el caso comprarme otros. Pero eso no es mucho problema; lo mejor viene ahora. Hoy ha hecho un gran día en Gaithersburg; ha hecho sol, pero la temperatura ha bajado 7 u 8 grados, con lo que lo que era un calor asfixiante se ha convertido en una cosa bastante manejable. Así que, cuando salí del NIST, como además era tempranito, decidí aprovechar un poco la tarde. Mi plan era llegar hasta Lakeforest Mall, un par de kilómetros al norte de NIST, deteniéndome un poquito antes en la librería Borders a echar un vistazo, y volver luego al entorno de casa por un camino ligeramente distinto, parándome a comprar en Kentlands (el mall que me queda más cerca) antes de volver.

Nada más salir del NIST empiezo a notar que algo raro le pasa a la dirección de la bicicleta, que respondía de una forma un poco más errática. Esa rareza no me impide llegar hasta el Gaithersburg Town Square, pequeño mall adyacente a Lakeforest donde está Borders. Aparco allí y veo que la rueda delantera ha perdido algo de presión. El pensamiento inmediato fue: «cuando llegue a Kentlands voy a tener que comprar parches»….

Total, que me voy a Borders, me compro un plano de vías ciclistas del entorno, y cuando a los 20 minutos o así salgo de nuevo me encuentro con la rueda delantera totalmente deshinchada. Y «totalmente» es «totalmente», se veía a la legua que el numático dilantero estaba plano como el argumento de un documental de La 2. ¿Qué hacer? Recuerdo enseguida que, en el entorno del mall, sale un bus que pasa cada media hora, me deja en Kentlands y tiene una bandeja para bicicletas; parece un gran trato. Me pongo a buscar la parada más cercana… y el bus se me va en las narices.

Como (por el cúmulo de motivos que estoy desgranando) no estoy de mucho humor, resumiré la siguiente hora y media o así en: Seis kilómetros de puro placer arrastrando la bici hasta casa.

Total, que llego, compruebo que el bombín de Mercy le va bien a mi bici, quito la rueda delantera, quito la cámara (conste que es la primera vez que hago algo de esto en mi vida… qué bien me vendría tener el consejo de mi tío Antonio, experto ciclista xD), la subo al baño, la sumerjo en un poco de agua y allí estaba: un hermoso bujerito, en la parte interna de la cámara (lo que más o menos descarta la opción del pinchazo por motivos externos), que soltaba aire que era un gustazo.

Me encamino al Kmart de Kentlands con la idea de comprar, entre otras cosas, parches para la cámara. De camino, veo que hay una pizzería cerca, y decido que voy a cenar pizza como compensación por la paliza del día. Como aún no estaba derrotado del todo, empiezo a reflexionar sobre lo accesible que es la ciudad, y lo bien que se va en bicicleta (hay rampas por todos lados, bastantes vías ciclistas definidas)… y me pego con un bordillo. Tres o cuatro segundos después empieza a sonar en mi MP3 una canción de Tontxu que me encanta: Volvería a tropezar en esa piedra. (Juro que esto es verídico). Echo un rato en el Kmart. Voy a pagar y han puesto una máquina nueva que no me coge la tarjeta. Salgo del Kmart, ya con los parches, a las 21.35; voy a la pizzería; ha cerrado a las 21.30. Despechado me acerco a una máquina expendedora de botellas de medio litro cercana a una gasolinera. Echo mi $1.25 y elijo Diet Coke. La máquina me da una botella de Coca Cola normal…

A pesar de todo, mi ánimo tampoco estaba tan tan bajo en esos momentos, así que llego a casa e inmortalizo en fotos el proceso de parcheo de la cámara (de la bicicleta, no la de fotos :P) con la intención de colgarlas (quizá mañana, ahora es tarde y no hay ganas). Llevo a cabo el proceso, pongo la bicicleta debajo de una farola (ya eran las diez), me afano en encajarlo todo de nuevo e inflo la rueda reparada. No parece estar mal.

Pero otra de las cosas que me compré es un velocímetro para la bici (me gusta eso de saber la distancia que recorro, cosa que ya intuiréis). Bajo a instalarlo… y la rueda delantera ha vuelto a deshincharse. Pienso: quizá aún no se ha secado el pegamento. Instalo el aparatito (lo que me lleva un buen rato) y vuelvo a inflar la rueda. Me monto en la bici y la rueda se deshincha ipso facto. Es en estos momentos cuando el protagonista le prende fuego a la bicicleta y se queda tan ancho; pero como todo lo que había montado lo había hecho sin herramientas, decido que ya sería demasiado pasarse a la yesca y el pedernal y que mejor dejo la incineración para otro día.

Así que, salvo milagro, me he quedado sin bici 🙁 He perdido un día magnífico para ir por ahí, y además mañana no voy a arriesgarme a ir a NIST por la mañana, lo que implica media hora a pata y no disfrutar de la vuelta cuesta abajo. (He dejado la rueda hinchada, si se obra el milagro y mañana está bien cogeré la bicicleta, pero me da a mí que va a ser que no). Además, mañana voy a salir tardecillo de NIST porque tengo microscopio por la tarde, y conforme venga tendré que reparchear la cámara y cruzar los dedos; total, que me volverán a dar las mil. Y siendo la vida como es de simpática, seguro que mañana, conforme llegue andando, me aparece el guante.

De todas formas hay algo que no se puede negar: entre la ida a NIST, el viaje a Lakeforest, los 6 km de la vuelta como lazarillo de la bicicleta y la ida y vuelta a Kentlands, está claro que con la bicicleta se hace ejercicio… 😛