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Amapolas Torcidas

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Y os recomiendo...

Lisboa: Días 1 y 2

A principios de mes hice una escapadita a Lisboa con Sara. Fueron casi cinco días: llegamos allí el 4 de Agosto a la hora de comer y volvimos el día 8, ya de noche. Por compartirlo con vosotros, y porque para preparar mi viaje me vinieron genial unas crónicas parecidas que hicieron Pedro (de cambrico.net) y Lorena (de lcastro.es) de una semana que estuvieron en Lisboa, os voy a ir poniendo aquí por fascículos una crónica del viaje.

La verdad es que tampoco tuvimos mucho tiempo de planificar nada, porque nos decidimos de forma un tanto precipitada (la reserva de hotel y avión la hicimos el día 1). Estuvimos dudando entre ir a Lisboa o a Bilbao, pero al final decidimos dejar la capital vizcaína para una escapada de fin de semana. Armado con la guía visual Top 10 Lisboa (perfecta para un viaje como el que hicimos y de un buen tamaño para llevar encima), con unas cuantas cosas sacadas de foros y con la hoja de ruta de Pedro y Lorena (cuyos blogs, por cierto, os recomiendo), allá que nos fuimos.

El viaje no tuvo mucha novedad, más allá de constatar que Groundforce, la compañía de handling, no tiene mucha idea de inglés, como podía observarse en los carteles del autobús que nos llevó al avión…

Y había alguna burrada más...

The Groundforce Inglish Academy…

Salimos a las dos menos cuarto de Sevilla y, gracias a la magia del cambio horario, aterrizamos a las dos menos veinte en Portugal. Volamos con TAP, que hasta nos dio un bocadillito y todo para comer (nada muy opíparo, pero bueno). En el mismo aeropuerto compramos un bono de transportes para nuestra estancia. La tarjeta se llama «7 Colinas» y se puede comprar en Correos (2ª planta del aeropuerto, oficina roja) y cargarla con el número de días que quieras. Por algo menos de 4€/día, puedes usarla para casi cualquier medio de transporte dentro de Lisboa ciudad: Metro, autobuses, tranvías y elevadores. Otra opción es usarla como tarjeta monedero y pagar por viaje.

El Metro todavía no llega al aeropuerto (están en ello), pero hay muchas líneas de autobús urbano que pasan por él y se llega enseguida al punto que sea de la ciudad (por cierto, la línea «exprés» no está incluida en el bono de transportes que compramos, pero hay muchas otras alternativas). En pocos minutos estábamos en la Plaça de Saldanha, cerca de nuestro hotel. Nos alojamos en el hotel Real Parque y os lo podemos recomendar (sobre todo porque con Atrápalo nos salió a 57 € la noche, una ganga). Eso sí, aunque está cerca del Metro, del Corte Inglés (!) y de otros puntos interesantes, siempre queda cuesta arriba.

Parque Fernando VII con Lisboa al fondo, cerca del hotel. Obsérvese la cuesta 😛

Ya que hablo de las cuestas, informo a aquellos que no hayan tenido aún la fortuna de visitar Lisboa de que la cuesta es uno de los productos turísticos más típicos de la ciudad. Digamos que Lisboa es la Granada portuguesa: vayas donde vayas, siempre hay una cuesta arriba de por medio. Así que id mentalizados a ello 😉 Calzado cómodo, descansitos… y paciencia.

Una vez llegamos al hotel, la primera visita fue el Museu da Cidade, situado cerca de la estación de metro de Campo Grande (y del campo del Sporting de Portugal, el Alvalade XXI). Sara había visitado el museo de la ciudad de Londres y le gustó mucho, así que decidimos empezar por ahí. Aparte, tampoco hay muchas más atracciones por la zona, así que es un buen plan para ir una tarde que te quede suelta.

Panorama de la maqueta de Lisboa, antes de que me llamaran la atención 😛

El museo es bonito y está en un edificio curioso, pero la verdad es que si no os sobra el tiempo tampoco es nada del otro jueves. No dejan hacer fotos del interior, aunque yo me hice un poco el sueco y tengo unas cuantas (la prohibición no está por ningún lado, pero los «amables» personajes del museo te lo recuerdan si te ven). Buena parte del museo gira alrededor del terremoto de Lisboa, que destrozó buena parte de la ciudad a mitad del siglo XVIII; hay una maqueta enorme de cómo era la ciudad antes del mismo, y cuando uno pasea luego por el centro se nota el contraste.

Jardines del Museu da Cidade.

La visita, casi más que el museo en sí, merece la pena por los jardines, que están bien arreglados y tienen algunas esculturas, fuentes, un par de pabellones adicionales con líneas minimalistas, y una buena representación de pavos reales. Un buen sitio para desconectar un poco a la sombra de los árboles y planear los siguientes pasos del viaje.

¡Pitas, pitas, pitas!

Cuando nos echaron del Museu (las atracciones turísticas de Lisboa suelen cerrar pronto) volvimos al Metro. La impresionante estación de Baixa-Chiado se abre al centro de la ciudad, y allí nos fuimos a pasear para irnos empapando de la ciudad. Lisboa es bastante especial porque lo que sería el corazón del centro, justo al lado del mar, no es la típica colección de callecitas de las ciudades europeas al uso; en su lugar, es un damero uniforme de bloques rectangulares separados por avenidas bastante anchas, producto de la reconstrucción que hubo después del terremoto. Los tranvías, que parecen arrancados a otra época, surcan las calles cuajadas de cables aéreos y edificios azulejados; Baixa, aunque no puede disimular su orientación turística, está llena de tiendas, de bares, de gente… de vida.

Los tranvías (electricos, en portugués) en Baixa.

La cuadriculada Baixa discurre entre la Plaça do Comercio, al lado del Tajo (que, por cierto, estaba entera de obras cuando fuimos) y las plaças do Rossio y da Figueira. Largas y rectilíneas avenidas unen ambos extremos; destaca sobre todo la Rua Augusta, elegante y peatonal, llena de tiendas de cierto nivel. Como a mitad de camino, al límite occidental de Baixa, el Elevador de Santa Justa te invita a ahorrarte la trabajosa caminata cuesta arriba que lleva a las serpenteantes calles de Chiado. Desde las plazas, mientras paseas o tomas un helado, el Castelo de São Jorge vigila la ciudad en la distancia.

Elevador de Santa Justa, desde Baixa.

Praça da Figueira, con el castillo al fondo.

Para terminar el día, nos fuimos al Parque Fernando VII, cerca ya del hotel. Este parque, del que ya os puse una foto antes, gravita entre dos extremos: en su cima hay un monumento a la Revolución de los Claveles, y al final, encaramado a una columna, se encuentra el Marqués de Pombal. Cuando el marqués diseñó la reconstrucción de la ciudad después del terremoto, era ahí donde acababa la ciudad planeada. (Siendo un poco maliciosos, no es de extrañar, porque justo en ese punto comienza una pendiente muy marcada; el Parque Fernando VII, como tantas y tantas partes de Lisboa, es todo él una cuesta terrible).

Parque Fernando VII, con el Monumento al 25 de Abril en primer término y el Marqués de Pombal mirando la ciudad al fondo.

El segundo día decidimos invertirlo, sobre todo, en explorar la zona de la Expo’98. Llegar es una lata, porque la estación de metro correspondiente (Oriente, en la línea roja) está regular comunicada (a nosotros nos costó 16 estaciones y 2 transbordos), pero en breve se inaugurará una extensión de la línea que lo hará mucho más fácil (de hecho, el día que nos vinimos, en la estación de al lado de nuestro hotel ya estaban colocando los carteles de conexión con la línea roja…) Es un sitio al que hay que ir expresamente, pero la verdad es que merece la pena hacer la visita y echar un buen rato dando vueltas por la zona. Como nota negativa, una de las baterías de la cámara me jugó una mala pasada y no pude echar tantas fotos como hubiera querido… ¡gajes del oficio!

Panorama de la Estación de Oriente (ver más grande).

La puerta de llegada es la Estación de Oriente, que, como salta a la vista, rezuma Santiago Calatrava por los cuatro costados. Setenta y cinco millones de viajeros, entre Metro, tren y autobuses, se asoman al año por aquí; tantos como en Grand Central, la estación central de Nueva York. Nada más salir, espera el enorme centro comercial Vasco da Gama, que sirve de puerta de entrada para lo que queda de la Expo’98.

El Oceanario de Lisboa.

La estrella indiscutible del Parque das Nações, que así se llama el recinto de la Expo, es el Oceanario, uno de los acuarios más grandes del mundo. El complejo gira alrededor de su inmenso tanque central, de un tamaño difícil de calcular a simple vista y que cuenta con todo tipo de peces, tiburones, rayas, estrellas de mar, anémonas… casi al alcance de la mano. Junto a este tanque central, otros cuatro tanques más pequeños recrean cuatro ambientes distintos (tropical, antártico, pacífico templado y atlántico norte), que, además de los peces típicos, también cuenta con plantas y otros animales (nutrias, pingüinos, frailecillos…) Y para rematar, una colección de decenas de pequeños tanques presentan especies particulares, hábitats específicos, zonas concretas de interés o incluso el proceso de cría y cuidado de las especies en el acuario. Una atracción extraordinaria que hace desear que el acuario de Sevilla despierte pronto del sueño de los justos.

El tanque central, con un tiburón en primer término.

¡Saluda, nutria! 🙂

El simpático Naso lituratus, pez tropical.

Después de ver el Oceanario, nos dimos un paseíto por la zona. Los edificios y la ordenación general de la zona llaman mucho la atención, sin llegar a ser estridentes; hoy en día, la Expo es una zona bien integrada en la ciudad, con oficinas, comercios, un palacio de exposiciones y viviendas además de la parte estrictamente turística. Claro está que detalles como el teleférico, que te da unas vistas muy interesantes de todo el conjunto, te recuerdan que la vocación del complejo, en origen, es la de servir de marco para una Exposición Internacional.

Panorama del Parque, con el Oceanario a la izquierda (ver más grande)

Después de darnos una vuelta en el teleférico y de reponer fuerzas en el Vasco da Gama, nos encaminamos al Pabellón de la Ciencia Viva, otro edificio heredado de la Expo’98 que funciona como Parque de la Ciencia. Habíamos comprado una tarjeta, creo que por 18.5 €, que incluye la entrada a todo: Oceanario, Pabellón de la Ciencia Viva, un viaje de ida y vuelta en el teleférico y un trenecito turístico por todo el Parque que no llegamos a pisar. Aunque ya se acercaba la hora de cierre, fuimos al Pabellón por echarle un vistazo.

El Pabellón de la Ciencia Viva celebra ahora su décimo aniversario.

Supongo que de no tener la tarjeta no se nos hubiera ocurrido ir, sobre todo teniendo en cuenta que está sobre todo enfocado a niños y jóvenes y el poco tiempo que teníamos. Pues bien, hubiera sido una pena, y os recomiendo que, si estáis por allí, no os vayáis sin verlo (cierra bastante antes que el Oceanario, así que se puede ir al Pabellón de la Ciencia Viva antes). Apenas tengo fotos porque mi cámara estaba casi al límite, pero está lleno de experiencias científicas que manosear y con las que divertirse, haciendo las delicias de críos y no tan críos. Una cosa muy divertida es que los niños, además, pueden participar en la construcción de una casa (con ladrillos de espuma, eso sí), y se lo pasan bomba con sus cascos, manejando maquinaria y haciendo y deshaciendo paredes.

Los Bustamantes del mañana.

Nuestra siguiente parada fue el centro, desde donde, tranvía 28 mediante, subimos a las inmediaciones del Castelo. Nos bajamos del tranvía en uno de los miradores más típicos de Lisboa, el Largo das Portas do Sol, desde el que se domina el barrio de Alfama: un caserío, más de pueblecito que de ciudad, que se repite hasta el río.

Panorama desde el Largo das Portas do Sol (más grande). La Catedral está a la izquierda del todo.

Desde aquí, el Castillo de San Jorge está cerca, después de —a ver si lo adivináis— subir una cuesta. Preciosas vistas de la ciudad esperan al que llegue hasta la cima, junto a reconstrucciones cuidadosas de muchos elementos antiguos del Castelo y a un fondo arqueológico de pequeño tamaño pero muy llamativo (y la verdad es que casi más interesante que lo que había en el Museo de la Ciudad). Desde la atalaya inmejorable que supone el castillo, casi todos los puntos de Lisboa parecen al alcance de la mano.

Baixa y Praça do Comercio desde el castillo.

Fuente en el Castillo, cuyo interior está lleno de detalles con encanto.

El mirador del Castelo, con el Puente 25 de Abril —gemelo del Golden Gate— al fondo.

Después de este agotador día, volvimos al hotel para reponer fuerzas. Al día siguiente, nos esperaba una excursión al que, dicen, es uno de los sitios más hermosos del mundo: Sintra.

Pero eso queda para el siguiente capítulo. De momento, os dejo aquí algunas fotos de estos dos primeros días:

enlace al set en Flickr

Nota: En la presentación de arriba he puesto unas cuantas fotos escogidas del mogollón que eché. Si todavía tenéis ganas de más o queréis ver más perspectivas de alguno de los sitios que visitamos, en este set de Flickr hay muchas más. También se pueden ver todas las fotos como presentación.