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El amor y la guerra [Cincel del verbo]

Como hoy no tengo mucho tiempo de escribir nada, voy a dar por inaugurada (a petición del público 😀 ) la sección poética del blog. (Mención especial para Dani, que a raíz de aquella discusión parece que hizo un feliz descubrimiento). He decidido llamar a la sección Cincel del verbo por aquello de que el nombre fuera un poco imaginativo (llamar «sección poética» sin más a la sección poética es algo así como llamar «guiso de arroz» a la paella; técnicamente es correcto, pero le quita parte del encanto).

Mi intención es acercaros aquí con cierta frecuencia unos cuantos de mis poemas favoritos, y de paso contaros un poco sobre los poetas y la circunstancia que les lleva a escribirlos. Tengo varios poetas de cabecera (por ejemplo casi toda la Generación del 27, especialmente Lorca, o Luis García Montero), así que material no me va a faltar. Pero, para empezar, me voy a permitir la vanidad (que no sé con qué frecuencia repetiré) de hacerlo con un poema propio, El amor y la guerra, que pertenece al poemario Sonata Inacabada y es uno de mis favoritos personales. Espero que os guste.

El amor y la guerra

Ya pasó la batalla.
Ya pasó la batalla. Quedan sobre tu cuerpo
huellas de barricadas y trincheras,
rastros de lluvia eléctrica y vacía.
Duermes, y cae la noche;
flota en tu paraíso
flota en tu paraíso la sangre del herido,
la última vigilia fatigada,
los restos de la lava
que sorprendió enzarzados
en la contienda a nuestros ejércitos confusos.
Mis dedos, que antes fueron
avanzadilla fiera,
te recorren ahora pensativos,
igual que un viento cálido y amable
que acariciase el sitio de refriega;
se reúnen al lado de una hoguera
—en tu mejilla, acaso, o en los pliegues
de tu pecho, terreno de disputas—,
se cuentan sus historias y derrotas,
y acaban concluyendo
que no tienen mejor cielo al alcance
que el frenesí feliz de los disparos.
Ellos te guardan, velan
tu descanso en mi abrazo,
hasta que tú despiertes y amanezca
sobre tu dulce piel, y ellos se oculten,
esperen apostados, vigilantes
con apariencia amable, inofensiva,
quieran ganarse así tu confianza
para que, cuando llegue la locura,
los gritos, explosiones y escapadas
te asalten por la espalda, te sorprendan
—tú dices que en la guerra,
—tú dices que en la guerra, igual que
—tú dices que en la guerra, igual que en el amor,
valen
valen todos mis trucos—.