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Amapolas Torcidas

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Un niño nace

Supongo que, para inaugurar el contenido con algo de fundamento de este blog, es de recibo que empiece contando algo sobre mí. Obviamente, hay muchos otros temas más apasionantes de los que hablar (decídmelo a mí que vivo conmigo), pero como la cantidad de tiempo libre en el universo es muy grande, a lo mejor aparece alguien por aquí que no me conoce y tiene algún interés en hacerlo (hay gente para todo). Además de este encomiable altruismo, también me sirve de motivación el no tener ganas de hacer nada útil 🙂

Aunque técnicamente soy barcelonés, llevo toda la vida (salvo los primeros 364 días) por debajo de Despeñaperros y me considero andalú por los cuatro costados. Siempre fui un niño bastante rarito, cosa que afortunadamente se ha curado con los años (porque ya no soy un niño, fundamentalmente). Aprendí a leer muy pronto, era (soy) curioso hasta resultar desesperante, me dedicaba a disquisiciones filosóficas en lugar de a los encantadores pasatiempos más típicos de mi edad (pegarse de leches y esas cosas). De aquella época aún conservo una de mis tendencias favoritas: buscarle los tres pies a cada gato que se me cruza.

Me explico: nunca fui amigo de seguir las normas al pie de la letra, pero tampoco de violarlas; en vez de eso, las analizo en busca de errores, agujeros lógicos y dobles sentidos y luego las exploto para sacar de quicio al que se me ponga por delante. Hace poco, un (excelente) maestro de mi etapa en Preescolar me recordó una anécdota reveladora. En una ocasión, nos instruyó para que coloreásemos un paisaje con «colores reales»; era una de esas multicopias (en aquella época lo de la fotocopiadora no se llevaba tanto) típicas para niños, con un campo, animalitos y montañas al fondo. Yo, como era de esperar, en lugar de pintar las montañas como lo haría una persona normal (de marrón, pongamos), las pinté de azul, y como era el típico niño sabihondo, el profesor aprovechó la ocasión para comentarle a la clase que había metido la pata en el color de las montañas, por aquello de que todo el mundo comete errores. Y entonces yo, inocente y triunfante, fui y le dije textualmente: «Maestro, ¿acaso no sabes que en la lejanía todo es azulado?»…

Si me detengo a contar todo esto, aparte de para dar una idea de lo repelente que puede llegar a ser un servidor, es porque esa búsqueda permanente de los límites es uno de mis rasgos de personalidad más acusados. Es algo de lo que no he sido plenamente consciente hasta hace muy poco, pero es tan mío como la voz o el odio acérrimo al despertador. De hecho, mientras este buen hombre me contaba la anécdota —que yo ya había olvidado—, en el momento en el que me dijo que había pintado las montañas de azul yo ya sabía lo que iba a venir después: hay cosas que uno nunca cambia 🙂

En fin, después de una infancia y pre-adolescencia con ciertos altibajos, llegó mi etapa en el instituto. Hasta ese momento yo vivía en una suerte de mundo paralelo, pero afortunadamente esos cuatro años me cambiaron para bien, convirtiéndome en una persona aceptablemente sociable. Tuve la suerte de encontrar a grandes amigos en el instituto (entre ellos mi compi Darthia), que aún conservo a pesar de que no los cuido tanto como debería. Hacia el final de mi etapa en el instituto comencé a escribir, muy especialmente poesía, que creo modestamente que no se me da muy mal. De hecho, tengo incluso un libro publicado. Nunca ganaré ningún Nadal ni nada parecido, pero adoro componer poemas. Lamentablemente, si la novela —según dicen— es un género de trabajo y más trabajo, la poesía está fundamentalmente guiada por la inspiración, y, debido a que cada vez tengo más tiempo de rutina, últimamente no me visita tan a menudo.

Abandoné (a medias) Jerez de la Frontera, la ciudad de mi infancia, para estudiar Física en Sevilla. Aunque ya he terminado la carrera, aún estoy, por así decirlo, de «post-estudiante», ya que he tenido la suerte de que se me otorgue una beca de doctorado de la Junta de Andalucía. Esto no sólo quiere decir que sigo en la universidad, sino que muchas de las amistades y lazos que he formado en esta etapa de mi vida me siguen acompañando. Tengo una cierta inclinación a la ruptura y al desarraigo: he cambiado de «ambiente» tras 1º de Preescolar, tras 2º de EGB, al entrar en el instituto y al pasar a la Universidad, y en todas esas ocasiones he perdido (por uno u otro motivo) casi toda la estructura social que había construido, sacrificada a la nueva. Aunque en el fondo me gustan los cambios, creo que es sano conservar las compañías habituales durante temporadas más largas; veremos si al final cumplo mis buenos propósitos o no.

Por lo demás, y actividades de fin de semana aparte ;), me gustan los ordenadores (soy linuxero convencido), el urbanismo, la música, leer (aunque no lo hago tanto como quisiera), y una miriada de cosas más. Pero creo que este post ya es lo suficientemente largo y aburrido. Ya iré escribiendo de todo ello; creo (y ojalá no me equivoque) que me queda mucho tiempo para ello.