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La terapia
Como este salón es lugar de confesiones sin reprimenda debo reconocer mis problemas con el orden en general, lo que podríamos llamar la intendencia diaria, esas tareas que incluyen el cuidado personal (ver tus peliculitas y tal) y, especialmente, el riego ajeno, y entiéndase por esto el riego emocional por aspersión. Admiro profundamente, casi tanto como a la gente que sonríe por la calle sin razón aparente, a quienes consiguen tener al día su agenda sentimental, y no sólo son capaces de contactar con los que han sufrido algún percance o están cerca de afrontarlo, sino con todos los demás, amigos de cualquier grado, sin que exista otro motivo que hace tres días que no sé nada de ti y me preguntaba cómo estarías. Yo me pregunto cómo está la gente y pienso en los amigos y familiares con frecuencia standard o mayor aún (desconozco los baremos), naturalmente, no soy monstruo, pero se me atasca el carro en el río que separa mi sincero interés del teléfono, o incluso, aunque menos veces, del correo electrónico. En ese trecho, lo admito, me disperso más veces de las que quisiera. No sé calcular la cantidad de buenos amigos y conocidos que habré perdido por esa actitud (entre la vergüenza, la pereza y, seguramente, el ego), pero me queda el consuelo de que aquellos que mantengo son inasequibles al desaliento, incondicionales que aceptan la tara de su amigo y que apenas me reprochan mi desidia. Cuando se hartan y lo hacen les repito que pienso en ellos mucho más que otros que les llaman por teléfono cada dos días, y trato convencerles de que saber manejar el móvil no es mejor que el afecto profundo, verdadero y silencioso; el mío.
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– Del blog de Juanma Trueba.