Scott Adams es un maestro. No me resisto a traduciros (casi completo) su último post.
Una de mis reflexiones favoritas, y creo que lo vi en una película, es que el motivo detrás de casarse es el tener un testigo de tu vida. Es el tipo de idea que tal vez no parece brillante inmediatamente, pero que acaba mostrándose así con el tiempo.
Otra cita estupenda de ese tipo — y ojalá supiese quién la dijo — es, más o menos, «No eres un escritor hasta que otro escritor te dice que lo eres». Tuve esa experiencia la primera vez que Dilbert se aceptó para ser publicado, y mi editor me dijo que era dibujante. Hasta ese momento, no lo era. Literalmente, en el momento en el que ella me dijo que era dibujante, la calidad de mis dibujos aumentó como un 30%.
Creo que el mismo motivo está detrás de que los críos pequeños anden siempre con la cantinela «¡Mamá, mírame! ¡Mírame!». Están esforzándose por conseguir un testigo, por asegurarse de que existen.
Es bonito pensar que puedes ser tu propia persona, mantenerte fiel a ti mismo y no rendir cuentas a nadie más que tú, pero no creo que la vida funcione así. Somos lo que el resto de la gente nos permite ser. Existimos más en sus percepciones que en las nuestras propias, si pudiéramos sumarlo todo y compararlo de algún modo.
Estaba pensando en esto mientras acababa un primer borrador (…) Se lo mandé a un amigo cuya opinión valoro, pidiéndole que me respondiese con sus comentarios. Cuando lo mandé, me di cuenta de que mi escrito no existe del todo hasta que él lo comente. Vive, de algún modo, en el mismo estado que el gato de Schroedinger. Si a mi amigo le gusta, el escrito se hace real. Si no, rápidamente parecerá que no ha existido nunca. Lo volveré a escribir desde cero.
La clave de la vida es escoger los testigos adecuados. Gracias por ser los míos.
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