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La Rueda Mágica

Definitivamente, tengo demasiado tiempo libre 😛 (o no hago lo que debiera con mi tiempo, que es más ajustado a la realidad, aunque me estoy medio mudando de sitio y eso me tiene loco). Comentario mío a un post de Ansita en el que decía que le apetecía que le contasen un cuento de hadas:


Érase que se era una muchacha que vivía en la hermosa ciudad de Seritium. Alegre y amable, vivía honradamente de su esfuerzo y tenía una gran cantidad de amigos, así como toda una legión de aduladores que la requebraban cuando iba, como cada tarde a las cuatro o las cinco, a la plaza del pueblo. Durante años, muchos habían intentado conseguir el favor de la bellísima muchacha; pero ella se había prometido que nunca se enamoraría, y uno a uno los fue rechazando.

A la muchacha le gustaba ir al bosque que había cerca de su casa y sentarse a observar el riachuelo que por allí pasaba. A veces cantaba en voz alta:

– ¿Dónde estás, auténtico amor?

Y sólo le contestaba el rumor del agua.

Un soleado día, la muchacha andaba, como siempre, por el bosque. Se sentó a la orilla del río, con los pies en la fresca corriente, y volvió a cantar:

– ¿Dónde estás, auténtico amor?

Pero hete aquí que una voz, más dulce que ninguna otra que hubiera escuchado jamás, le contestó desde el lecho del río:

– Pronto descubrirás a tu auténtico amor.

Ante los asombrados ojos de la muchacha, una grácil ninfa se elevó por entre la corriente. «No temas», le dijo. «Vengo a contarte una historia que hace tiempo que deberías conocer».

– ¿De qué historia me hablas, ninfa del agua?
– ¿No eres tú la dulce y hermosa muchacha de Seritium? ¿La que juró no enamorarse nunca? Entonces, escucha atentamente. Hay promesas que una persona jamás puede hacer, porque sabe que las acabará rompiendo; y el amor es lo suficientemente astuto como para arrastrarnos a todos hasta su locura. Aunque hasta ahora hayas tenido éxito, debes saber que antes de que pase la próxima luna llena romperás tu promesa y te enamorarás para siempre.
– No te creo, ninfa del agua. Ya me he resistido otras veces, y podré hacerlo ésta.
– ¡Inocente niña! Eres imprudente si piensas que no te queda nada por sentir. Recuerda, sólo te queda una luna hasta que rompas tu promesa, y entonces tendrás que darme la razón.

Y desapareció entre las aguas.

Aquella noche, la muchacha se asomó a su ventana y observó la luna, que estaba ya en cuarto creciente. «Tonterías», pensó. «¿Acaso cree esa ninfa que voy a enamorarme en una semana, cuando no lo he hecho en veinte años?»

Pero, sin que la muchacha lo supiera, su belleza había llegado a oídos de un caballero de un reino vecino. Disfrazado de campesino, la había espiado en sus viajes a la plaza del pueblo, encontrando que su hermosura y alegría eran aún mayores de lo que las mejores noticias contaban; y, escondido entre los arbustos, la había vigilado en cada movimiento en el bosque. Así pudo escuchar la conversación con la ninfa del agua, y se convenció de que había llegado su momento.

A la mañana siguiente, la muchacha iba muy temprano a por agua de la fuente, cuando apareció ante ella el bello caballero, con una refulgente armadura y montado en un corcel alazán, cuyo pelaje anaranjado se incendiaba con el sol.

Sin mediar palabra, el caballero la montó en su caballo y partió raudo a su castillo, donde alojó a la muchacha raptada en una de las torres. Allí, un ama de llaves le dijo que no le faltaría de nada en esa habitación y que el caballero había prometido no entrar en ella, salvo que ella bajara a buscarle.

Aquella noche, mientras la muchacha lloraba pensando en su familia, escuchó una voz. Era el caballero —con su armadura y su caballo—, que había decidido rondarla:

– Venid conmigo, muchacha,
veréis que en verdad os quiero.

Furiosa, ella le respondió:

– ¿Y por eso me raptais?
No bajaré, caballero.

Al día siguiente, el caballero volvió a intentarlo, y de nuevo se encontró con la misma respuesta. Y al otro, y al otro, y al otro. La muchacha continuaba inflexible, por más que el caballero empleara las mejores canciones o le prometiese los más lujosos regalos.

Sin embargo, aún cuando mantenía su apariencia dolida, dentro de la muchacha fue naciendo la curiosidad. Ciertamente, quien por ella estaba dispuesto a raptarla, pero a respetar sus deseos, no podía ser una persona corriente. Además, le intrigaba ver el rostro que se escondía bajo aquella armadura protectora.

Y fue así como, cuando habían pasado siete noches y la luna llena estaba en el cielo, y el caballero le cantaba:

– Venid conmigo, muchacha.
Ya no sé qué más yo puedo
hacer que quede en mi mano
para poder convenceros.
Aunque no hay flores capaces
de ocultar el brillo vuestro,
todas las de mis jardines,
todas, yo os las ofrezco.
Todas las joyas que haya
debajo del calor fiero
de los sultanes de Persia,
de los árabes desiertos;
todas las telas de seda,
todos los perfumes bellos,
abalorios y pulseras
de los más nobles joyeros,
da igual cual sea el capricho…
cualquiera, yo os lo ofrezco.
Yo ya no os pido la mano,
ni siquiera pido un beso;
sólo quiero que bajéis
para ver el rostro vuestro
más cerca de lo que está
en esa torre sin cielo.
Sólo quiero hablar con vos
de lo antiguo y de lo nuevo;
quiero miraros al rostro
mientras contamos secretos,
y si la palabra única
que sale de vuestro cuerpo
es un «no», será bastante
si me permitís al menos
estar en vuestra presencia
cuando rechaceis mi encuentro.

La muchacha se sintió flaquear:

– Tal vez me hayáis convencido.
Nos veremos, caballero.

Mientras el caballero entraba en el castillo, la muchacha bajó por las escaleras de su habitación. Llegó a un amplio y cálido comedor, iluminado con velas. Una acogedora chimenea crepitaba frente a la mesa, en la que había dos copas y una botella del mejor vino de toda Francia. Mientras observaba asombrada el castillo, el caballero, aún con su armadura, entró en la habitación. Se acercó suavemente a ella, se quitó el casco y reveló su rostro…

….El final del cuento lo escribís vosotros 😛

No es ninguna maravilla, pero bueno, ya que estaba… 😀