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Lisboa, día 3

El tercer día de nuestra estancia en Lisboa nos encaminamos a Sintra. Sintra es una ciudad situada ya bastante cerca del límite occidental de la Península, a unos 30 km al oeste de Lisboa. Desde la capital portuguesa se puede llegar fácilmente en tren: un Cercanías sale de la estación de Rossio cada veinte minutos y te deja en pleno centro de Sintra en aproximadamente 40 minutos.

¡Rossio, que vamos a volcar!

¡Rossio, que vamos a volcar!

En la propia estación de tren de Sintra hay una oficina de turismo donde te dan el mapa de rigor y un cuadrante con los horarios de las principales atracciones turísticas. Como muchos de los hitos más importantes de Sintra —en particular, el Palacio da Pena y el Castelo dos Mouros— están, como es tradición en Portugal, en lo alto de un cerro, desde la misma estación sale un autobús que te lleva hasta ellos.

Vista de Sintra, con el Palacio Nacional en el centro.

Vista de Sintra, con el Palacio Nacional en el centro.

Eso sí, en esta época del año la cantidad de turistas que hay es terrible; si ya en Lisboa se nota, en Sintra es un despiporre. Las colas y las esperas son largas en todas partes: desde la oficina de turismo hasta todos los monumentos, pasando por el propio autobús (un minibus lleno hasta las trancas que, con un poco de mala suerte, no tendrá sitio para ti y te hará esperar media hora al siguiente). Es buena idea llegar temprano si queréis ver más de dos o tres sitios. Quizá haya menos público los Miércoles, ya que cierra el Palacio Nacional, y lógicamente los Lunes, que cierra casi todo lo demás.

La cola para entrar al Palacio da Pena… haced vosotros el chiste fácil.

La cola para entrar al Palacio da Pena… haced vosotros el chiste fácil.

La primera parada del autobús, después de una emocionante colección de cuestas de montaña, es el Castelo dos Mouros. La verdad es que el par de carteles que hay a la entrada del castillo no dan muy buena espina: uno empieza con un «timados visitantes» (algún gracioso habrá quitado el ‘Es’), y después otro dice que el castillo está reconstruido en buena parte, que es de «probable» fundación musulmana y que nunca se libró batalla alguna en él (vamos, les falta decir que es de cartón piedra).

Vista del Castelo desde el Palacio da Pena, con la Torre Real en primer término.

Vista del Castelo desde el Palacio da Pena, con la Torre Real en primer término.

Bromas aparte, la visita al castillo merece la pena. Desde la taquilla (donde, por cierto, pueden adquirirse todo tipo de billetes combinados, que también permiten visitar el Palacio da Pena o varios de los jardines de la zona), la correspondiente cuesta nos lleva hasta el Castillo pasando por los restos de una iglesia. Aparte de una cisterna musulmana y otras cosillas, lo realmente interesante es subir a las murallas, pasearlas en toda su extensión —que es bastante importante— y disfrutar de las vistas que ofrecen.

Vista de Sintra desde el Castelo (ver en grande)

Vista de Sintra desde el Castelo (ver en grande)

El castillo tiene cinco torres, de plantas bastante variadas; de ellas, cuatro se encuentran en la misma entrada o cerca de ella, mientras que la más alta de todas, la Torre Real, está unida al resto por un largo lienzo de muralla.

Lienzo de muralla principal del Castelo; la Torre Real quedaría arriba a la izquierda. Se puede ver todo en esta foto.

Lienzo de muralla principal del Castelo; la Torre Real quedaría arriba a la izquierda. Se puede ver todo en esta foto.

Una de las cosas que me llamó bastante la atención en Portugal, y que en el Castelo dos Mouros llegaba ya a límites ridículos, es la cantidad de gente (en su mayoría turistas españoles) que iba con el carrito del niño cargando. De verdad, ¿a nadie se le ocurre que igual es mejor llevarse al crío al Oceanario que a un castillo de estos, o, en todo caso, que seguramente es una solución más inteligente resignarse a cargar con el niño y dejar el carrito en otra parte? Imaginad lo que es ir por las escaleras de la muralla, que no son precisamente lo más espacioso, uniforme ni seguro del mundo, cargando con el puñetero carrito de un lado a otro (y, las más de las veces, con uno de la pareja llevando el carrito y el otro ¡llevando al niño en brazos!).

¿Sabes qué no inventaron los árabes? El ascensor…

¿Sabes qué no inventaron los árabes? El ascensor…

Aparte de estos obstáculos, y de algunos condicionantes de tipo práctico (el sol pega de forma cruel, y a nosotros nos pilló un día con mucho viento y había que tener un poquito de cuidado), la visita al Castelo queda absolutamente recomendada. Todo el entorno del Castelo está rodeado de caminos para hacer senderismo, que unen los diversos puntos de interés de la serranía con el pueblo de Sintra; como era de esperar, a la vuelta del castillo nos perdimos un poco para llegar hasta la taquilla y acabamos en la Torre del Guardia, que están ahora reformando para convertir en Centro de Interpretación del castillo.

La cisterna árabe del Castelo.

La cisterna árabe del Castelo.

A pocos metros de la entrada al Castelo (te puede llevar el autobús, pero creo que igual sale más a cuenta ir andando) se encuentra la del Palacio da Pena (‘da Pena’ significa ‘de la Peña’, no vaya a haber malentendidos). Este fastuoso palacio, residencia de verano de la familia real portuguesa, se levanta sobre las ruinas de un monasterio que quedó hecho cisco con el Terremoto de Lisboa. Ya desde lejos llama la atención su curiosa planta, condicionada por lo escarpado de la montaña en que se halla, y su silueta de castillo de cuento de hadas, llena de azulejería y de cúpulas.

La silueta del Palacio da Pena sobre la montaña, vista desde el Castelo dos Mouros…

La silueta del Palacio da Pena sobre la montaña, vista desde el Castelo dos Mouros…


…y vista desde los pies del Palacio (ver en grande).

…y vista desde los pies del Palacio (ver en grande).

El interior del Castelo conserva en muy buena medida el aspecto que tenía cuando se encontraba en pleno esplendor. Cada habitación tiene una gran cantidad de detalles, desde los más triviales a los más fastuosos: muebles, fotos, azulejería, cerámicas, pinturas, tapices, mampostería… todo está, más o menos, como lo dejaron los Reyes. Eso sí, aparte de que no se pueden hacer fotos del interior, la enorme afluencia de turistas nos obligó a esperar como media hora para poder iniciar la visita. Por otra parte, aunque me gustó mucho el Palacio, me alegré de haber comprado el ticket combinado Palacio+Castelo, porque el precio de la entrada individual del Palacio (11€) me parece un tanto excesivo.

La estatua de Tritón del Palacio da Pena.

La estatua de Tritón del Palacio da Pena.

Por bonito que sea el interior, el interés del Palacio da Pena no acaba ahí. Junto a multitud de detalles arquitectónicos del edificio, como la azulejería de las torres o la estatua de Tritón —alegoría de la creación del mundo—, también es digna de ver la capilla, lo único que sobrevivió del monasterio original. Tanto el exterior del Palacio como las vistas del entorno —que se disfrutan en los múltiples miradores del Palacio— son de gran belleza y dan para estar un buen rato embelesado.

El Guerrero del Parque da Pena, visto desde el Palacio da Pena.

El Guerrero del Parque da Pena, visto desde el Palacio da Pena.

A los pies del palacio, además, se abre el enorme jardín que en tiempos perteneció a los reyes, el Parque da Pena. Nosotros no llegamos a visitarlo porque no nos dio tiempo (y aparte también te cobran por la entrada :P), pero queda para la próxima. En el Parque, en un alto promontorio de piedras, hay una estatua de un guerrero que domina el monte en toda su extensión, hasta llegar al mar y a la desembocadura del Tajo; se dice que esta obra de Ernesto Rusconi representa al rey Fernando II, creador del Palacio y del Parque. Para que os hagáis una idea de lo claro que estaba el día, la playa que se intuye al fondo de la foto es la Praia do Meco, a más de 40 kilómetros del Palacio. De hecho, desde el Palacio se distinguía sin problema el perfil del Puente 25 de Abril de Lisboa, unos 20 km al sureste.

La Sierra de Sintra, desde el mirador trasero del Palacio.

La Sierra de Sintra, desde el mirador trasero del Palacio.

Una vez acabamos la visita y comimos algo en el Palacio, decidimos bajar a Sintra, para ver si nos daba tiempo de visitar el Museo del Juguete (Museu do Brinquedo). No sin algo de suspense, lo conseguimos: entramos en el autobús por los pelos, porque justo delante de nosotros estaba un grupo de cuatro y el conductor dijo que sólo podía dejar subir a dos personas, y llegamos justo a tiempo de que nos permitieran entrar (el museo cierra a las seis de la tarde, pero la última entrada es a las cinco y media).

Cocinitas…

Cocinitas…

El Museo del Juguete es la obra vital de João Arbués Moreira. Aparentemente miembro de una familia con posibles, ya desde niño empezó a coleccionar juguetes; ante el interés de la gente en su colección —y, supongo yo, cuando su madre se cansó de limpiarles el polvo— creó una Fundación a la que donó todos sus juguetes y que empezó además a recibir aportaciones de otros coleccionistas. Hoy, una colección de más de 40.000 juguetes se expone en el antiguo parque de bomberos de Sintra, donde también hay un taller en el que se reparan los juguetes antiguos que son donados al Museo y una sala de exposiciones temporales.

Juguetes de la Mesopotamia antigua.

Juguetes de la Mesopotamia antigua.

A mí el Museo me gustó bastante, pero, por muy de moda que estén últimamente, no esperéis presentaciones multimedia o sofisticadas fórmulas de musealización. El protagonismo único y absoluto es para los juguetes, que se ven complementados con rótulos simples en pequeños carteles.

Ríete tú de la doble fila…

Ríete tú de la doble fila…

Hasta cierto punto, el sitio da la sensación de haberse quedado pequeño. Los juguetes ocupan hasta el más mínimo hueco de las estanterías, y, para mi gusto, hay demasiada densidad de juguetes por balda cuadrada como para ser capaz de abarcarlos: el resultado final queda un tanto confuso, y uno no aprecia del todo los juguetes en su individualidad, sino más bien como parte de una abigarrada sábana multicolor.

¡Ánimo, Tintín! Batman va al rescate.

¡Ánimo, Tintín! Batman va al rescate.

Tampoco ayuda que tuviéramos que verlo corriendo antes de que nos echaran, porque sólo teníamos media hora para ver las tres plantas (mas alguna cosilla que hay en la planta baja); estoy seguro de que con una visita más pausada lo hubiéramos disfrutado más.

¡Viajeros al tren!

¡Viajeros al tren!

Cuando terminamos la visita al Museu, nos dimos una vuelta por Sintra. Especialmente desde que el Palacio da Pena se convirtió en la residencia de verano de los reyes portugueses, Sintra —ya antes apreciada por su belleza— adquirió un gran protagonismo como lugar de residencia de aristócratas, artistas, nobles y jet-set varia de la época. La huella de su pasado esplendor se encuentra por todos los rincones de Sintra, y le ha hecho merecedora del galardón de Ciudad Patrimonio de la Humanidad.

Calle en Sintra. En la cima de la montaña, se distingue el Castelo dos Mouros.

Calle en Sintra. En la cima de la montaña, se distingue el Castelo dos Mouros.

Aparte de turistas, en Sintra hay muchos rincones con encanto. Pasear por el pueblo y comerse alguno de los dulces típicos es una excelente ocupación para una tarde. El centro neurálgico del pueblo es el Palacio Nacional de Sintra, y a su alrededor se aglutina una maraña de calles serpenteantes, que suben ganando bocado a bocado espacio a la montaña.

Escandinhas en Sintra.

Escandinhas en Sintra.

En la parte baja de Sintra están el ayuntamiento y la estación de tren; hay dos o tres caminos que arrancan de la plaza del Palacio Nacional y acaban en las inmediaciones de la estación. A ambos lados de las eses que describen estos caminos (que, como habréis adivinado, son para luchar contra la gran pendiente que tendría un camino más directo), se suceden los parques y los edificios señoriales.

Torre del ayuntamiento de Sintra.

Torre del ayuntamiento de Sintra.

Como nota curiosa, una colección de esculturas adorna la bajada, en la que también están situados el museo de escultura Anjos Teixeira y una de las fuentes más conocidas de Sintra.

Arte moderno en un entorno histórico.

Arte moderno en un entorno histórico.

Después de Sintra, volvimos a Lisboa bastante cansados. Mientras dábamos una vuelta cerca de la estación de Rossio, el ojo clínico de Sara descubrió lo que parecía ser un concurso de baile a punto de empezar, así que nos quedamos por allí a tomar algo. Y, efectivamente, asistimos a lo que debió ser la exhibición de fin de curso de una escuela de bailes de salón. Casualidades de la vida.

¡Tango!

¡Tango!

En el próximo capítulo, nuestros héroes y sus maltrechas piernas visitarán Belém y el Museu do Azulejo. De momento, os dejo con unas cuantas fotos de nuestras visitas del día 3:

enlace al set en Flickr

Igual que para los dos primeros días, saqué muchas más fotos (casi 300, entre una cosa y otra). Si alguna de las visitas ha despertado vuestra curiosidad, en el set completo del día 3 podréis encontrar bastantes más cosas que no cabían en la presentación «resumida» de arriba. Si preferís ver todas las fotos como una presentación, haced clic aquí… y coged un buen puñado de palomitas 😉 ¡Hasta la próxima!